Merodeando.   

Aquella hacienda de "Bella Vista"  En la época en que González Leon escribió este poema (fines del s. xix y comienzos del xx), la hacienda  de Bella Vista pertenecía a los señores Serrano y formaba parte de Ciénega de Mata, dentro del mayorazgo Rincón Gallardo 
de que mi tío fuera Adiministrador.
El umbroso jardín de la terraza
donde fincaba la casa;
en la terraza un mirador,
y al subir al jardín, la enredadera
que hacía de la escalera un cenador.
El salón siempre cerrado
como copa de ensueños.
(Sus dueños se paseaban por Europa)

Si escapando a hurtadillas
en sus sombras penetraba,
cómo me embargaba aquel supersticioso susto:
ya fuera por el busto que había en la chimenea,
o ya por encontrarme delincuente
enfrente del retrato mural
de aquel dueño siempre ausente
de aquel solar

Rosales del jardín de la terraza;
silenciosos sepulcros de la casa
apenas interrumpidos
por un chicuelo escolar
de merodear de ratón...

Mi admiración lindante con alarmas
delante de aquel cuarto de las armas:
mosquetes, arcabuces, espadines;
y mis dueños por exóticos confines
a causa del tapiz de la Asistencia,
donde iban en competencia
cigüeñas y mandarines.

Tardes de espuma; tardes de bruma;
tardes de luz húmeda y escasa
después del aguacero,
en que amaba salirme a la terraza,
Perfumes a tierra húmeda, y olores
a flores "maravilla" y de "datura"...

Locura en que soñaba el alma mía.
¡Con qué placer me escondía en el cenador
a escuchar las gotas el rumor!

Y en aquella intuición con que quería
difundirme en el alma de las cosas,
¡Con qué fruición me bebía
el agua fría
que colmaba las copas de las rosas

 

 

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