Arquitectura y Humanidades

Propuesta académica

 

 
Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.

Reflexiones sobre la habitabilidad mágica de la casa de la abuela

Miguel Ángel Guerrero Hernández


La casa de la abuela era una casa hecha sin arquitecto, como muchas otras, como la mayoría de esa época y aún de la actual. Eran los principios de la década de los sesenta, allá por 1961; en la periferia de la ciudad de México todavía había terrenos baldíos, poca gente del centro de la ciudad se aventuraba a comprar un terreno en la orilla, sin urbanización, sin medios de transporte cercano, solamente lo hacían las personas que arribaban de la provincia mexicana a la ciudad en busca del gran "embrujo capitalino". México era una de las ciudades más pobladas del mundo, en aquel entonces la metrópoli azteca contaba con una población de tres millones de habitantes [1].

Ese era el caso de mis abuelos; desde su natal León, Guanajuato en el Bajío Mexicano, llegaron a rentar un cuarto a la gran urbe de hierro, ubicada en la parte central de la República Mexicana, con el sueño de darles otras perspectivas de vida a sus once hijos. En esta ciudad, que sólo imaginaban por lo que se decía a través de la radio y del cine en los años de 1925 a 1955 (época de su juventud). En la radio escuchaban la famosa estación XEW conocida como "La voz de la América Latina desde México" con locutores de la valía como Alonso Sordo Noriega, Jorge Marrón (el Dr. "IQ"), Carlos Pickering, Manuel Bernal y muchos más; también a través de lo que percibían en las películas que se exhibían en ese tiempo, donde México atravesaba su época de oro en el cine, con actores grandiosos cómo Arturo de Córdova, Dolores del Río, Pedro Armendáriz, María Félix, Libertad Lamarque, Pedro Infante, Jorge Negrete, Tin Tán, Joaquín Pardavé, Cantinflas y muchos otros.

En ese tiempo, por el año 1961, fue cuando ellos, mis abuelos, no sin antes hacer grandes esfuerzos, lograron comprarse un lote de ciento sesenta metros cuadrados en la periferia de la ciudad de México. Sobre puro lodo, sin asfalto en las calles, sin alumbrado público en las aceras, sobre este terreno empezaron a construir su casa, que a mí me pareció siempre una "casa mágica".

El abuelo, sus amigos y algún albañil que consiguió, fueron la fuerza de trabajo para realizar la mano de obra de la construcción; la abuela, con su gran sabiduría que la avalaba su certificado de tercer año de primaria de estudios elementales, la hacía de arquitecto. Ella fue moldeando poco a poco esta morada que se distinguía porque cualquier persona que estuviera ahí, se sentía a gusto. La casa era también una casa transformable, se sentía la calidez, como si la hubieran hecho pensando en uno, había siempre un lugar para cada quien; la casa reflejaba el espíritu y el alma de quién la habitaba.

Aunque el abuelo fue una gran persona, la abuela era un sol que deslumbraba, hasta cierto punto tapaba con su brillo la luz del abuelo. Nunca he conocido una mujer con tan poca necesidad de hablar como mi abuela "Lola", era una mujer de pocas palabras y quizá su mayor cualidad era saber escuchar; mucha gente se acercaba a ella para pedirle consejos. Nunca tomó partido por alguien, siempre imparcial, de ahí su gran ascendencia sobre todos los que la conocieron. Su comunicación la establecía tan sólo con su mirada, con su actitud, nunca la oí gritar, levantar la voz, era indudablemente un héroe [2], término que Carlyle utiliza para designar a esos seres que influyen en las comunidades cercanas a ellas, que no necesitan mentir, con una voluntad inquebrantable sustentada en sólidos principios morales, que son auténticas, tienen claridad de pensamiento, que tan sólo con su ética y su simple sabiduría humana logran conquistar y trascender su medio, irradian magnetismo y atracción.

La abuela con su carisma, su sencillez y humildad era capaz de congregar a más de doscientas personas en las fiestas familiares y en las "posadas mexicanas" de diciembre era capaz de convocar y hacer participar en su casa a todos sus vecinos. A pesar de ser una persona con pocos recursos económicos nunca dejó de ayudar a un necesitado. Así, siendo ella una persona de baja estatura, yo siempre la veía muy grande.

Creo que nunca supe de alguien que se le acercara y le pudiera decir mentiras, su ser y su mirada no se lo permitía, me tocó llegar a ver pordioseros que le pedían dinero diciéndole mentiras, ella los miraba con esa mirada entre profunda, triste y enigmática diciéndoles tantas cosas con los ojos, que lo mejor que podían hacer estos menesterosos era alejarse rápidamente y obviamente apenados, cómo decimos por acá… "con la cola entre las patas".

Además de hablar de la personalidad de mi abuela, quiero describirles y platicarles por qué la casa de la abuela parecía mágica... es porque no le faltaba ni le sobraba nada, no era chica, ni grande, tenía un circuito sin fin que nunca terminaba, parecía un "carrusel de caballitos" que nunca paraba, sobre todo en los días de fiesta.

La casa recibía a la gente con un pórtico lleno de flores de distintos colores, predominando el verde y el blanco entre flores rojas, naranjas, azules, violetas; con olores casi imperceptibles pero seductores, me imagino que por eso siempre estaban ahí las jovencitas coqueteando y los jóvenes pululando como inquietos colibríes. En ese pequeño edén podía uno encontrar diferentes tipos de plantas, había huele de noche, jazmines, gardenias, nardos; siempre floreando, mi abuela tenía muy buena mano para las plantas, les hablaba, más bien les susurraba, las trataba como a seres humanos, bueno, todos sabemos que son seres vivos, pero la abuela platicaba con ellas, nada más no les cantaba porque era muy tímida, sólo cantaba en la iglesia o cuando dirigía los rezos en su casa.

La sala con una sola puerta, siempre abierta, parecía decirnos "¡bienvenido, estás en tu casa!". Antes de entrar se oían voces, a uno le daba curiosidad saber a quién se encontraría, siempre había algún familiar de provincia que no conociéramos, (éramos tantos). Había una ventana al poniente, penetraba por ella y a través de la persiana un sol hasta donde el abuelo lo permitía. También había una pared con un Cristo que casi siempre se iluminaba como a las cinco de la tarde, era muy curioso, como si así lo hubieran planeado desde siempre. Ahí en la sala, se encontraban generalmente las personas de mayor edad con el abuelo, y también los familiares que habían llegado de provincia, ellos permanecían sentados en unos sillones humildes, pero que me parecían los más importantes del mundo. Yo aprovechaba cualquier momento de mi infancia, como a los nueve años más o menos, para sentarme mientras me daba un descanso de los juegos que tenía con alguno de los más de cuarenta primos que tengo.

Después en el atardecer, esta sala se convertía en sala de conciertos porque teníamos al tío que cantaba ópera increíblemente, su voz se oía hasta la esquina de la cuadra, y si es que el tío se cansaba o se iba, la sala se convertía en pista de baile. El color de los muros siempre los recuerdo en tonos pastel, claros, nunca brillantes ni blancos, pintados sobre acabados de yeso semi-fino, con algo de textura, que al pasar la mano sentías que te decía algo el muro.

A un lado estaba el comedor, en donde, por lo regular, estaban los más glotones o bebedores de la familia; ellos eran algunos tíos, mi padre entre ellos. Por cierto, en esos tiempos el tequila era tan barato y tan bueno, curiosamente desdeñado en aquel tiempo por la mayoría de los citadinos porque pensaban que al ser barato era corriente, la mayoría de la gente prefería beber brandy o ron y qué decir de los jovencitos que empezaban a beber y le "hacían el fuchi" al tequila.

A la hora de la comida en el comedor acontecía un desfile interminable de manjares, ¿de dónde salía tanta comida?, sólo mi abuela y su dios sabían cómo le hacían para alimentar a tanta gente.

Seguía la cocina que era el corazón de la casa, el hogar en término literal, el calor de la cocina lo generaba mi abuela no con la estufa sino con la luz que irradiaba de su ser. Aquí, ella era la reina, aquí movía sus hilos, su dios le otorgó el gran don del sazón, entre otros más, su fuerte o especialidad eran el mole, el arroz y frijoles. Recuerdo que habitualmente se despertaba a las cinco de la mañana y ella personalmente, sobre el piso en "cuclillas" con su metate y comal, estaba preparándole el desayuno al abuelo y a alguno de los hijos ya casados que con frecuencia llegaban, añorando el sabor de la comida de la madre.

Aquí en su cocina en los días de fiesta que eran muchas por las bodas de tantos hijos, ella organizaba a todas las mujeres para tener la comida lista para todos; esta cocina estaba seccionada en dos partes por un espacio que se convertía en pasillo de circulación, lo cual permitía a las madres ver desfilar a sus hijos pequeños jugando, dando de vueltas por la casa en ese "circuito sinfín"; y no los tenían que cuidar, la casa los cuidaba. Recuerdo que todos los niños dábamos vueltas y vueltas corriendo, nunca nos aburríamos, siempre veíamos cosas diferentes, y nos decíamos que la cocina era la zona de las mujeres; se acostumbraba mucho por ese entonces que los hombres convivieran por un lado y las mujeres por otro.

Desde la cocina se podía salir a un patio con un lavadero que era bonito porque también tenía plantas por todos lados y tenía otra vereda de flores ocultas, no sé por qué me imagino que este era un rincón favorito de la abuela donde se iba a relajar, a meditar, lo que llama Bachelard [3] "…El rincón donde uno se agazapa, el germen de la casa, donde no se habla consigo mismo, sino que se recuerda al silencio, el silencio de los pensamientos".

Por el circuito interminable de la casa se podía uno desviar a las recámaras donde acostaban a los niños recién nacidos (las hijas también resultaron muy prolíficas, la mayoría con más de cinco hijos por cabeza). Una de las recámaras se ubicaba cerca de la cocina donde las mamás pudiesen oír el llanto de su bebé cuando llorara. Debajo de todas las camas siempre había uno o dos petates de palma enrollados listos para fungir como camas durante la noche para todos los familiares que venían de provincia. Recuerdo también que cuando era imprescindible compartir una recámara entre varios familiares la solución era dividir el espacio con una cuerda amarrada de pared a pared y sobre de ella una cortina gruesa, más bien era cómo telón de cine que permitía cierta privacidad.

Ligado al patio estaba el baño situado en el exterior y a semi-cubierto, protegido por marquesinas del mismo techo de la casa, ubicado estratégicamente en un punto central para que lo pudiera usar cualquier persona desde cualquier punto de la casa.

Por este mismo patio podías subir a través de una escalera metálica a la azotea donde se encontraba un mundo maravilloso y desconocido para mí, un niño de ciudad que no conocía nada del campo, hasta ese entonces. Era una pequeña granja donde la abuela recreaba parte de su mundo provinciano e incorporaba este espacio campirano en la ciudad, tenía jaulas hechas con postes de madera, techos de lámina metálica y todos los muros con tela de gallinero que por su transparencia le permitía ver a todos los animales que ahí tenía a "golpe de vista". Contaba con gallinas que ponían "huevos de verdad" (para mí un niño urbano que creía que era un producto que sólo vendían en la tienda de la esquina), conejos y uno que otro puerco, algunos de estos animales eran sacrificados para servir de alimento sobre todo en las bodas de alguno de mis tíos, todo un rito era ver cómo la abuela sacrificaba a los animales y, por cierto, recuerdo no con muy buen sabor de boca cuando la abuela me puso a matar una gallina "torciéndole el pescuezo".

Aquí, en ésta azotea jugábamos a las escondidillas con mis primos y las vecinas. Los diseños de las casas de hoy ya no presentan o contemplan este tipo de laberintos que permiten a los niños jugar a los escondites; además, a las niñas de hoy ya no les gusta esconderse o se dejan encontrar muy rápido.

La puerta de acceso de la calle nunca fue una barrera infranqueable para los vecinos, el que quería entrar podía entrar, la calle también se convertía en patio de juegos, podíamos jugar en aquel entonces futbol, volibol o juegos de ronda sin riesgos ni peligros de que pasaran automóviles.

Así fue, a grandes rasgos, la conformación de la casa de la abuela que tanto extraño. Ahora, como arquitecto, hago un ejercicio de reflexión para intentar descubrir cuáles fueron las pautas que inconscientemente logró la abuela para diseñar esa valiosa y mágica habitabilidad en su casa, y que en términos de Heidegger [4] diría que la abuela consiguió habitar en forma poética.

Para esto, me apoyo en el pensamiento de filósofos y poetas que estudiamos dentro de la maestría de diseño arquitectónico, donde la Dra. María Elena Hernández titular de la materia de "Arquitectura y Humanidades" nos invita y nos convence a conocer la arquitectura a través del pensamiento de ilustres pensadores ajenos al campo arquitectónico y que nos ofrecen con el crisol del mayor de las artes -la poesía-... Esto ha sido herramientas valiosas para entender los fines que debe alcanzar el quehacer arquitectónico.

Diría el mismo Heidegger [5] "si somos lo que hacemos", luego entonces, la abuela sería lo que era su casa, su casa era su imagen, su color, su pulcritud, su limpieza, su pureza, no había elementos caprichosos ni artificios vanos, todo era congruente con ella con sus mitos y ritos, su humildad, su transparencia, su carisma, su amor que desprendía, el cariño que le tenía toda la gente que la conocía, a su familia sobre todo, esto lo emanaba también su casa. Por lo tanto la primera pauta es correcta al definir que la casa representaba fielmente a la abuela.

Por otro lado, guiándonos de la mano de Bachelard [6] podemos ver que la abuela tenía su rincón favorito, ahí en un sendero escondido en el patio lleno de flores, junto a un alcatraz y muy cerca de un geranio que fue el que más sufrió luego de su muerte, ahí ella, precisamente en este rincón, se agazapaba, se aislaba del mundo para encontrar ese silencio que abre las puertas de nuestra inmensidad íntima, ahí donde se nos dan las respuestas que le hacemos a la vida; ahí ella encontraba esa voz interior que le ayudaba a tener esas imágenes poéticas convertidas a pensamiento desde el corazón y el alma, creadas por la ensoñación poética.

Nos dice Bachelard de este ensueño poético que se realiza sólo estando despierto, cuando se es libre, es una instancia psíquica, es un goce que no tan sólo goza de sí mismo sino que prepara a otras alma para otros goces poéticos; en el ensueño poético las almas velan, sin tensión descansadas, activas en un poema completo, el espíritu lo prefigura en proyecto, pero en una simple imagen poética no hay proyecto, sólo falta un movimiento del alma, el alma anuncia su presencia. En su rincón, la abuela lograba transmitir con su presencia esa forma poética rebasando las resonancias sentimentales, despertando las repercusiones que nos llamaban a la profundidad de la propia existencia de quienes la observábamos y logró operar cambios en nuestro ser. Bachelard aborda el tema de la casa tan vital para el ser humano y dice que a través del rincón y el ensueño poético se garantiza habitar con plenitud su espacio vital, donde encontrará esos valores íntimos que le son inherentes y trascendentales.

Al crear esa pequeña granja en la azotea, la abuela trae para sí y para los suyos ese gran apego a la tierra y seguramente la reminiscencia que la transporta al encuentro de su casa materna. Esta casa, diría el mismo Bachelard, es una casa mágica llena de ensoñación poética, cuna primera de sus hijos, concha protectora, donde hay rincones, cajones, armarios, un universo en miniatura con lo de adentro y lo de afuera, morada llena de inmensidad de sentimientos, espacio habitado que trasciende el espacio geométrico. Bachelard nos dice también que la casa remodela al hombre y lo redefine en su mismo concepto.

Con esta forma poética de apreciar los espacios habitables, Bachelard da una pauta importante a los arquitectos para revalorar los mismos, deslindando que no son precisamente todos los espacios suntuosos, exuberantes y extensos los ideales o únicos que pueden brindar confort o la tan perseguida eficiencia de habitabilidad, sino que son los valores que tienen los espacios poéticos, alcanzados a través de la ensoñación poética del que la habita los que otorgan intensidad total habitada. La grandeza radica en la ensoñación intrínseca y que el mundo es grande en nosotros mismos. Ahora considero que la pauta generadora principal de la composición arquitectónica de la casa de la abuela fue su profunda devoción católica que le permitió prefigurar y diseñar esos espacio-momentos en su proyecto; a este respecto diría Cassirer [7] "el hombre es producto de sus más profundas creencias, su fe, sus mitos y ritos resultantes"; sólo de esta manera entiendo ahora aquel circuito sin fin que ella logró y el cual era como un espacio imaginario que atravesaba la cocina y nos permitía dar vueltas y vueltas en las ritos y procesiones de las festividades y posadas de diciembre.

Y esta férrea voluntad creativa impulsada por su fe y el gran amor que tenía por su familia son las que la impulsaron a terminar su obra rápidamente a pesar de sus limitaciones económicas. Esta voluntad creativa que Worringer [8] define innovadoramente como el "germen que provoca las obras de arte", no es la inspiración ni la casualidad, sino que es el ferviente deseo de crear. En la idea de crear algo útil y trascendente desde esta voluntad creativa, Hartmann con sus aportaciones filosóficas sobre los trasfondos del arte, nos ayudaría a entender parte del resultado de esta casa al decirnos que "(...) una arquitectura que no construyera algo que sirviera a la vida ya sea a la vida cotidiana, a la estatal o a la religiosa- sería puro juego vacío, tramoya" [9].

Sobre la arquitectura, nos dice Hartmann que aunque aparentemente es el arte menos libre, porque está atada tanto a los fines prácticos a los cuales sirve y al peso y fragilidad de la materia con la que se construye, no lo es. Él identifica en la efectividad arquitectónica dos fenómenos que vendrán a incidir en el trasfondo de la arquitectura: el primero es su analogía con la música, de cómo surge tras lo sensiblemente audible, algo mayor sólo musicalmente escuchable; así en la arquitectura tras lo directamente visible se presenta un todo mayor, donde a cada momento lo directamente visible es sólo un lado de la construcción porque la composición no se da a partir de un punto y que, sin embargo, el contemplador tiene una conciencia intuitiva que le permite percibirla desde varias perspectivas y lados surgiendo una visión estética de donde intuye el todo a partir de estas vistas parciales. El segundo fenómeno se refiere al aspecto que va más allá de la forma material espacial, desde aquí las obras nos hablan de su pasado, de su carácter, de sus trasfondos anímicos: su piedad, su poder, su nobleza, su pobreza, su libertad. Todo esto llena y anima las formas.

Hartmann plantea que la casa en cierta medida es el vestido de su vida comunitaria más estrecha (familia, clan, economía), que la moda es análoga al estilo arquitectónico y que en éste existe arte cuando desempeña un valor dominante como en la arquitectura. La razón de ello podría estar en el momento de su utilidad, de su función. Dice que el arquitecto medio no es artista, que sólo puede construir como se construye dentro del estilo de su época que le tocó vivir. Así sucede que el hombre está atado en épocas arquitectónicas productivas que se marcan e identifican fuertemente como épocas de estilos. Con ello, se da en la arquitectura un mundo de trasfondo que propone y desarrolla llamándolos estratos externos e internos.

De lo anterior, se puede inferir porque la casa de la abuela fue un punto importante no sólo para la familia, sino también a la comunidad inmediata de su calle, que establecía esta casa como lugar idóneo para celebrar las festividades y ritos de diciembre, con la composición espacial aun con pocos recursos, denotando el carácter interno y humano de la obra, culminado con el ideal perseguido de la misma, referido a lo espiritual.

Conclusión

La casa de mi abuela me pareció mágica sobre todo durante mi infancia. Aquella casa fue una casa diseñada y construida sin la orientación o apoyo de un arquitecto, tal como se da en la mayoría de las casas de la América Latina, y todas ellas contienen esos valores que a menudo pasamos desapercibidos y no contemplamos como parte esencial del programa y concepto arquitectónico. En efecto, desatendemos la parte humana de quien la habita, preponderando la parte funcional.

Me queda la certeza, ayudado por la reflexión de los pensadores comentados en este escrito, el considerar siempre en las pautas de diseño arquitectónico a intangibles como el carácter humano, la emotividad, la iluminación, el trasfondo auditivo del entorno, y a utilizar estos elementos, que no cuestan, en términos utilitarios, y de los cuales no podríamos prescindir si intentamos realmente habitar poéticamente un espacio.

Nos queda a los arquitectos mucho por explorar en sectores populares de las poblaciones. Finalmente, dadas las circunstancias de generalizada falta de trabajo en el gremio de los arquitectos, bien podríamos enfocar nuestra atención a aprender de las formas de habitar de esos sectores, conocer sus ritos, tradiciones y héroes. Con frecuencia los arquitectos desatendemos estos "materiales proyectuales preexistentes" los cuales, precisamente, se refieren al verdadero trasfondo de una obra de arquitectura.


Notas


1. Datos del INEGI (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática) www.inegi.gob
2. Cassirer Ernest, "El mito del Estado", México: Fondo de Cultura Económica, 1985, (363 pp.).
3. Bachelard, Gastón; "La poética del espacio", México: FCE, México, 1973.
4. Heidegger, Martín, "Arte y Poesía", México: FCE, 1970.
5. Heidegger, op. cit.
6. Bachelard, op. cit.
7. Cassirer, op. cit.
8. Worringer Wilhelm, "La esencia del gótico", Argentina: Nueva Visión, 1973
9. Hartmann Nicolai, "Estética", México: UNAM, 1977, pp. 147-155, 249-258.

Bibliografía

Bachelard, Gastón; "La poética del espacio", México: FCE, México, 1973.
Cassirer Ernest, "El mito del Estado", México: Fondo de Cultura Económica, 1985.
Hartmann Nicolai, "Estética", México: UNAM, 1977.
Heidegger, Martín, "Arte y Poesía", México: FCE, 1970.
INEGI (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática) www.inegi.gob
Worringer Wilhelm, "La esencia del gótico", Argentina: Nueva Visión, 1973.

Miguel Ángel Guerrero Hernández