Arquitectura y Humanidades

Propuesta académica


Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.

Las formas de vida, del habitar y de la espacialidad habitable

Erika Enciso Sosa


"Habitar es la expresión de la precisa relación del ser humano con el mundo "
(Merleau Ponty, 2002)

Cuando se habla del vivir inseparablemente se hace referencia al habitar e indisolublemente se piensa en una espacialidad habitable para ello. Estos dos últimos conceptos, habitar y espacialidad habitable (dada por un objeto), son temas recurrentes en la discusión del entorno habitable construido desde diferentes disciplinas, pero siempre en competencia a la arquitectura, cuyo origen deviene del deseo de la materialización de objetos habitables para el hombre; sin embargo, estas aportaciones desde diferentes campos de conocimiento suelen ser fragmentarias y poco vinculadas entre sí, lo que no ha permitido acercarse a la respuesta del cómo se relacionan ambos conceptos, cómo el habitar puede determinar y ser expresado en el objeto habitable (urbano y arquitectónico), y cuál es la importancia de ello. Esta la preocupación central del presente ensayo, que pretende aproximarse, desde el campo de la humanidades y de la teoría de la arquitectura, a una posible identificación de la importancia de la relación de ambos conceptos, habitar y objeto habitable, para (adelantándome) el bien vivir, en una concepción integral del hombre.

I

El habitar, cuyo nombre deriva de la palabra hábito (costumbre o manera de obrar), se expresa a través de todo tipo de actos: prosaicos, poéticos, superficiales, profundos, liberales o serviles, etc. Así, estas maneras de obrar no son tan solo una secuencia más o menos ordenada del actuar, sino más bien son la sustancia del habitar.

El hábito de habitar implica a todos los sentidos, de ahí que se pueda decir que se habita amando, trabajando, estudiando, conversando, durmiendo, etc.; luego entonces, el espacio habitado puede ser identificado, utilizado e imaginado como el escenario de la conducta y acción social e individual del hombre. Así, el habitar crea hábitos, que se expresan en actos y la suma de éstos constituye un principio de la habitación: habitar es habituarse, y habituarse implica permanencia y cierta repetición. A partir de ello se plantea que es entonces el hábito, y no la habitación, la primera secuencia del propósito de habitar.

Hasta aquí surge una pregunta: ¿qué es lo que da sustancia a los hábitos? Ernest Cassirer [1], plantea que la respuesta se encuentra en el pensamiento mítico del hombre. "Lo que un pueblo hace con respecto a sus dioses debe ser siempre la clave, tal vez la más segura, para saber lo que piensa". A la pregunta obligada de qué es el mito, Cassirer expone algunas de las contradicciones significativas producto de un debate moderno con grandes controversias: que el mito es producto de la primitiva estupidez humana, producto de la imaginación, pura fantasmagoría (Tylor), que es grotesco, irracional, incongruente, absurdo, contradictorio, que es ilusión, alucinación y sueños construidos por una mente "prelógica" (Lévy-Bruhl), que es una patología o "peligrosa infección" que se origina en el campo del lenguaje y luego se difunde hacia la civilización humana (Müller), que son principios de asociación esenciales para el funcionamiento de la mente humana ilegítimamente aplicados que conducen a la magia, hermana bastarda de la ciencia (Frazer), que es tomado como realidad y que se piensa y actúa de acuerdo con ellos (Spencer), que son una masa de "ideas", de representaciones, de creencias teóricas y juicios, etc. Parece ser que el hombre se aferra poderosa y obstinadamente al mito en lugar de enfrentarse directamente con la realidad, porque vive una vida de emociones y no de pensamientos racionales.

"Para comprender el mito, se debe empezar por el estudio de los ritos".

Cassirer manifiesta que el mito no puede sustraerse del rito que desprende, así, la antropología ha explicado a los ritos como manifestaciones motrices de la vida psíquica del hombre. Lo que se manifiesta en ellos son tendencias, apetitos, afanes y deseos que se traducen en movimientos (rítmicos, solemnes o desenfrenados, regulares y ordenados o violentos estallidos orgiásticos). Así, "el mito es el elemento épico de la primitiva vida religiosa del hombre, y el rito es su elemento dramático". ¿Qué significa esto de que los ritos son manifestaciones motrices de la vida síquica del hombre? Ciertamente lo motriz implica movimiento… y lo de la vida psíquica se puede entender a través de las preocupaciones, afanes y deseos del hombre; luego entonces, los ritos pueden ser aquello de lo más profundo emotivamente que pone en movimiento al hombre.

Ello es lo que constituye la sustancia de los hábitos (actos rituales), cuya suma integran el habitar. Heidegger dice: " La manera según la cual los mortales son en la Tierra, es el habitar."

Ello demanda la conformación del terreno donde se desarrolle la vida cotidiana del hombre, es decir, donde tengan "lugar" las prácticas habituales que integran su expresión social concreta dando origen al entorno habitable construido (a saber: lo urbano y lo arquitectónico en diferentes escalas). Este hecho "… determina el surgimiento de dos unidades conceptuales principales: el territorio y el lugar" [2].

Reconocerse dentro de un territorio, como habitante del mismo, donde a su vez habitamos con los nuestros, es un factor de identificación y de pertenencia, es decir, de identidad. Así, el habitar (expresado a través de actos costumbre) territoriza al espacio, el vivir en lo califica, y ambos lo dotan de significado para que sea algo más que un conjunto coherente de sitios; ello hace que cuando se constituye una comunidad territorial, sus habitantes integren una sociedad y la sostengan con sus formas de organización y producción de deseos, necesidades y satisfactores. En los modos de vida se encuentran las bases que definen el entorno construido (urbano y arquitectónico), donde el habitante genera soportes que le permiten identificarse en medio de múltiples acontecimientos y símbolos.

En tanto que se ha planteado que "…el lugar es la manifestación concreta del habitar humano, donde la identidad del hombre depende de su pertenencia a un lugar" [3]. Son los lugares, los sitios donde se asocian rasgos con usos y con usuarios, fines y experiencias pasadas que les permiten adquirir identidad y reconocimiento como parte de un territorio. Ambos, territorio y lugar, más que percibidos son construidos por el individuo y por prácticas y creencias que son de naturaleza social, ello da origen al entorno habitable construido, conformado por lo urbano y lo arquitectónico, que a su vez expresan el habitar.

II

"Al habitar llegamos, así parece, solamente por medio del construir". Recordamos esta frase de Martín Heidegger, con la que inicia su ensayo sobre el "Construir, habitar y pensar" [4], donde plantea que el construir tiene al habitar como meta (yo diría que el construir tiene su origen en el habitar). Si consideramos, como lo plantea Heidegger, que el habitar y el construir están en una relación de fin a medio, entonces ello sugiere que sea el habitar lo que sustente al construir (con la intención de cuidar, de mirar por el crecimiento), con lo que volveríamos al planteamiento de las manifestaciones de los modos de habitar de cada entidad social, sus expectativas y su expresión física concreta: lo construido. Sin embargo, él hace una aportación general respecto a lo que todo ser humano trata de expresar y conseguir en el habitar a través del construir: estar satisfecho, llevado a la paz, permanecer en ella, es decir, preservado de daño y amenaza; todo ello lleva en última instancia a la Cuaternidad (unidad donde convergen la tierra, el cielo, los divinos y los mortales), donde los mortales habitan en la medida en que cuidan de dicha Cuaternidad y la llevan a la esencia de las cosas. Construir es al mismo tiempo el habitar. Ésta, finalmente, es otra manera de abordar la complejidad que el habitar representa, distinguiéndola del edificar y considerando siempre al construir como el habitar mismo). Sin embargo, vayamos ahora a otra interpretación, de lo que el hecho de construir el entorno habitable implica cuando se considera habitar y construir por separado.

La arquitectura tiene un carácter eminentemente propositivo, capaz de responder a las formas de vida (a los hábitos que se desarrollarán) que le dan origen y superar las expectativas previstas, dotándole de nuevas formas habitables que no se contraponen a las formas en cómo se ha venido dando el habitar, por el contrario las pueden revitalizar, en un proceso histórico de la generación de la forma. Al respecto, se ha destacado que los entornos habitables construidos son mucho más que un mero reflejo pasivo de la cultura o un receptáculo para el comportamiento humano, sino que tienen un papel activo en relación con ambos: el hombre y el entorno construido [5], también se plantea que la condición humana y el entorno habitable son el resultado de un mismo proceso dialéctico donde se da un mutuo condicionamiento y formación [6]. Al respecto, C. Alexander [7] ha expresado: "(…) partiendo de la consideración de que todo medio ambiente, grande o pequeño, es la corporización tridimensional de la cultura, entonces sus categorías culturalmente definidas son las que organizan el espacio, ya que cada una de ellas define una actividad, en un lugar, y con sus respectivos comportamientos humanos establecidos." Por su parte Doberti [8] establece una relación directa entre los comportamientos sociales y las conformaciones del hábitat y plantea que los comportamientos de cualquier orden - alimenticios, sexuales, laborales, pedagógicos, etc. - están indicados, posibilitados y delimitados por las estructuras de formas (espacios y objetos) que realizan las nociones de comedor, alcoba, oficina, aula, etc.

De lo anterior, se puede inferir que los objetos no son habitables por sí mismos, aunque su cualidad de habitables es lo que les ha dado origen, es sólo cuando el hombre los dota de significados (los designa) cuando se puede identificar su caracterización de habitable, como cualidad de lo habitable (que puede habitarse, es decir, habituarse lo que lleva implícita cierta permanencia). Así, habitar y habitabilidad, pueden ser entendidas como "…una relación comprometida consciente y activa con el medio físico. Habitamos, al ser parte de los objetos y somos habitados por ellos, al ser parte de nosotros mismos" [9].

Así, el habitar, y ahora más explícitamente los hábitos (actos - acciones), se manifiestan en las diferentes escalas del entorno construido, por y para tales fines, desde los primeros niveles de organización como la casa, hasta los más complejos como la ciudad. De aquí que se pueda decir que las prácticas sociales están en relación directa con los entornos construidos donde se inscriben, pues son las interacciones complejas (acciones y símbolos) de los individuos y de los grupos, en continuo diálogo con el entorno, las que conducen a los diferentes modos (maneras particulares de hacer una cosa) de diseñar, organizar y producir sus espacios habitables. Este es el punto donde se enlazan los procesos de producción proyectual arquitectónica y las formas de vida y la habitabilidad (como cualidad de lo habitable), pues esta producción, como hecho social, estable una específica dinámica del modo de producir objetos habitables, de donde surge la pregunta: ¿Cómo se constituyen los objetos (e intrínsecamente las espacialidades) habitables?

III

Hartamman [10] plantea que, en principio, la arquitectura es la menos libre de todas las artes, ya que está doblemente atada, primero por la determinación de sus fines prácticos a los que sirve (que le dan origen y que no es elegido libremente sino que deviene de un habitador o un constructor que lo demanda), y segundo, puesto que ha de ser construida, la atan el peso y fragilidad de los materiales con que se materializa. Sin embargo, como se ha mencionado, siendo en esencia una actividad proyectual y propositiva de formas, se puede liberar y ser dotada de cierta independencia estética. Esto genera un problema entre libertad y falta de libertad, cuya solución se encuentra en una síntesis, en donde construcción (fin práctico) y composición (fin estético) sean una sola propuesta, para llegar a construir algo más que cosas útiles. Aquí puede residir la genialidad en el arte de la arquitectura.

Para ello, Hartmann propone la identificación y hábil manejo de "estratos externos" en la arquitectura. Respecto a éstos, se pueden identificar: 1) la composición según un propósito: que debe dejar de ser entendida como una limitante, por el contrario la obra arquitectónica "…sólo puede ser una solución que parta por completo del aspecto práctico y elija después las posibilidades que éste le permita desde el punto de vista de la forma estética", reconociendo con ello que la arquitectura nace de un fin práctico pero que en su solución debe mostrarse el arte; 2) la composición espacial: que está referida a las posibilidades estéticas de la organización y dimensionamiento de los diferentes espacios y masas, es decir, al arte del proyectar; y 3) la composición dinámica: entendido como el manejo de los materiales y procesos de construcción ligados a la materia que ha sido elegida según el fin práctico y la composición espacial, así, los tipos de construcción están esencialmente condicionados por el poder técnico, pero siempre al servicio de una composición espacial determinada.

Hasta aquí, pareciera que no hay gran aportación de Hartamman al tema, sin embargo, es en la proposición de identificar otros estratos de carácter interno, definidos como aquellos que dicen algo de la vida o del ser anímico de los hombres que la construyeron, que se encuentra lo relevante para descubrir a través de ello, las manifestaciones del habitar que le dan origen, y a partir de los cuales se puede tener una visión mucho más rica y profunda sobre el hecho arquitectónico. Pero, aclara, no toda obra arquitectónica posee estos estratos. De ahí que se crea que lo peculiar de las formas arquitectónicas es que expresan lo humano, y que no surgen como ocurrencias del individuo, sino que se configuran paulatinamente en una larga tradición, con lo que se confirma el carácter social de la arquitectura. Entonces, distingue tres estratos internos (que aparecen más o menos secuenciados): 1) el sentido o espíritu de la tarea práctica; 2) la impresión de conjunto, de las partes y del todo, que tienen relación directa con los estratos externos de la composición espacial y la dinámica; y 3) la expresión de la voluntad vital y del modo de vida, casi siempre inconsciente y siempre en una cierta oposición con el propósito práctico.

De éstos, el estrato interno que se reconoce como el más profundo es el tercero, pues manifiesta la relación de la voluntad de una vida humana que transcurre en formas habitables determinadas, y se afirma que sólo cuando se da esta relación pueden aparecer la vida y la forma de ser del hombre en sus construcciones. Este es el estrato más interno de la arquitectura, el de la voluntad vital, pero (como se ha mencionado a lo largo de este ensayo) no se refiere a una voluntad individual sino a la voluntad histórica de una comunidad que vive de un "modo" determinado, con unos ideales y unas nostalgia comunes, nacidas de una tradición genuina, es decir, el espíritu del que brota una obra arquitectónica es, desde un principio, un espíritu comunitario (objetivo), que proviene de la distancia histórica, de principios pequeños, y se transforma muy lentamente.

Dicha relación de voluntad de expresión de un particular modo de habitar, tiene una íntima relación con lo que Worringer [11] plantea acerca de la voluntad creativa. En su trabajo, también habla de buscar en las relaciones históricas más íntimas de la humanidad para comprender las energías morfogenéticas existentes en la arquitectura que impulsan la necesidad de su expresión (la voluntad artística, la voluntad de forma) y con ello, comprender al fenómeno mismo de la arquitectura. La tesis que nos propone es: que si se es capaz de considerar a la historia del arte como una historia de la voluntad artística, ésta adquiere una significación universal, porque los cambios de voluntad, se manifiestan en las variaciones de los estilos social e históricamente cambiantes, reflejados en los mitos, las religiones, las reflexiones filosóficas, y en las intuiciones del universo; así, ello se convierte en la historia del alma humana y de las formas en que se manifiesta. Ello conlleva a valorar no tanto a los objetos producidos sino a la voluntad y los conocimientos mismos para materializarlos, y expresa: "La tarea de la investigación de la voluntad artística consiste propiamente en dilucidar las categorías morfogenéticas del alma, es decir sus energías humanas que impulsan a la necesidad de expresarse formalmente en los estilos y su evolución, manifestándose en cambios cuya regularidad se hallan en la relación entre el hombre y el mundo exterior (relación llena de variantes y rica en múltiples peripecias)".

IV

Otra consideración es que el carácter interno de un obra arquitectónica no se agota sólo con el propósito de la misma, ni en la forma espacial ni en la construcción dinámica y los recursos, sino que debiera expresar además algo del carácter y del modo de ser colectivo de los hombres que la crearon, pero no solo desde el punto de vista del productor sino también del posible habitador. Si esto fuera así, muy probablemente la separación que generalmente existe entre los espacios construidos por terceros y los modos de habitar de futuros usuarios no sería tan grande, y las construcciones no sufrirían tantas modificaciones como omisiones del modo de habitar específico del usuario. Esto no quiere decir, que la arquitectura se diseñe reproduciendo fielmente todos los hábitos de su habitador, hecho casi imposible de identificar por el diseñador y/o constructor, y que además le compete al habitador mismo en aras de su apropiación del objeto; de lo que se trataría en todo caso es de partir de la concepción de que el hecho arquitectónico es complejo, que tiene un carácter social, e individual, formal e históricamente contextualizados, mismos que el diseñador, el productor y el constructor debieran atender con la misma avidez que las cuestiones de carácter práctico (económico y técnico), para lograr con ello entorno habitables que sean mucho más que construcciones útiles, porque en ellos se desenvuelve la vida del hombre y éste requiere de lugares con los que pueda relacionarse, pertenecer y finalmente identificarse, para "hacer pie existencialmente". Es dotar a los objetos habitables de su cualidad estética que permitan llegar a poetizar el espacio porque como plantea Heidegger: "Es sólo poéticamente como habita el hombre en la Tierra".

Así, como hecho social, el entorno habitado no puede ser comprendido como algo acabado, cerrado y definido; por el contrario, está inmerso en una dinámica de permanencia y cambio constantes que provocan tensiones, adhesiones y separaciones, continuidades y rupturas. Por ello, el hablar de entorno habitable construido es hablar de un tema tan complejo como la dinámica misma de la construcción socio - cultural. Ante ello, Iglesia [12] vuelve a proponer al lugar (considerado como la unidad espacial elemental del territorio), para ser la unidad conceptual básica del estudio el espacio habitado. Ello sugiere una rica indagación en el tema específico del lugar, pero, desde luego, con las nuevas perspectivas aportadas desde el campo de las humanidades.

Conclusión

Hasta aquí, pareciera que el discurso construido desde las humanidades antepone al ser humano y sus modos de habitar por encima del hacer proyectual y constructivo, con la capacidad de modificar intuitivamente lo que no le satisface. Es decir, que las necesidades del modo habitar están por encima del objeto habitable. Haber comprendido esto me ha posibilitado, además de conocer con más profundidad la complejidad del tema, tomar una distancia crítica sobre el hacer proyectual.

Empero, aún ninguna de las explicaciones anteriores termina por satisfacerme claramente ante el cuestionamiento de ¿cómo se prefigura el objeto habitable en respuesta al modo de habitar?, ni ¿cuál es su participación en el proceso de producción proyectual arquitectónica, para construir el objeto cuya espacialidad habitable este en correlación con el modo de habitar?

Ello es lo que me da pie para la indagación de tesis de maestría, en el campo de diseño arquitectónico, sobre la determinación del modo de habitar en el proceso proyectual del objeto habitable construido (urbano y/o arquitectónico) por su relación con el modo de habitar (colectivo e individual) del hombre. Sin duda no ha habido mejor base y complemento para el tema que lo aportado desde el campo de las humanidades.


Notas

Maurice Merleau-Ponty (1908-1961), filósofo existencialista francés, cuyos estudios fenomenológicos sobre el papel del cuerpo en la percepción y la sociedad abrieron un nuevo campo a la investigación filosófica. Merleau-Ponty nació en Rochefort el 14 de marzo de 1908. Enseñó en la Universidad de Lyon, en la Sorbona y después de 1952, en el Collège de France. El primer trabajo importante de Merleau-Ponty fue La estructura del comportamiento (1942), una crítica al conductismo. Su obra fundamental Fenomenología de la percepción (1945), es un estudio detallado de la percepción con influencias de la fenomenología del filósofo alemán Edmund Husserl y de la psicología de la Gestalt. En este libro mantiene que la ciencia presupone una relación de percepciones original y única con el mundo que no se puede explicar ni describir en términos científicos. Este libro puede considerarse una crítica al cognitivismo -la idea de que el trabajo de la mente humana puede ser entendido, estructurado en términos de reglas o programas-. Es también una crítica contundente al existencialismo de su contemporáneo Jean-Paul Sartre, al mostrar que la libertad del hombre nunca es absoluta, como afirmaba Sartre, sino que está limitada por nuestro propio cuerpo y el de los demás. Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2002. © 1993-2001 Microsoft Corporation.
1. Cassirer, E., "El mito del Estado", México: Fondo de Cultura Económica, 1985.
2. Iglesia E., "Vivir y habitar". El habitar. II Congreso Internacional ámbito latinoamericano. Buenos Aires, 1999, p. 35.
3. Norberg-Schulz, "Existencia, espacio y arquitectura", Barcelona: G. Gili, 1975 (pp.144).
4. Heidegger, M., "Construir, habitar y pensar", Barcelona: Conferencias y artículos, 1944.
5. Iglesia, op. cit., p. 70.
6. Hierro, Miguel. "La idea del habitar". Ensayo elaborado para el Taller de Investigación: La experiencia del espacio, la habitabilidad y el diseño., inscrito en el Programa de Maestría y Doctorado, de la Facultad de Arquitectura, México: UNAM, 2001, p.2.
7. Iglesia, op. cit., p. 35.
8. Iglesia, op. cit., p. 37.
9. Hierro, op. cit., p. 2.
10. Hartmann, N., "Estética", México: UNAM, 1977, pp. 147-155, 249-258.
11. Worringer, W., "Naturaleza y abstracción", México: FCE, 1997.
12. Iglesia, op. cit., p. 35.

Bibliografía

Cassirer, E., "El mito del Estado", México: Fondo de Cultura Económica, 1985.
Hartmann, N., "Estética", México: UNAM, 1977.
Heidegger, M., "Construir, habitar y pensar", Barcelona: Conferencias y artículos, 1944.
Hierro, Miguel. "La idea del habitar". Ensayo elaborado para el Taller de Investigación: La experiencia del espacio, la habitabilidad y el diseño., inscrito en el Programa de Maestría y Doctorado, de la Facultad de Arquitectura, México: UNAM, 2001.
Iglesia E., "Vivir y habitar". El habitar. II Congreso Internacional ámbito latinoamericano. Buenos Aires, 1999.
Norberg-Schulz, "Existencia, espacio y arquitectura", Barcelona: G. Gili, 1975.
Worringer, W., "Naturaleza y abstracción", México: FCE, 1997.

 
Erika Enciso Sosa