Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.


Música, Arquitectura y Poesía

María Isabel Arenillas Cuétara

Arquitectura, Poesía, Música...
Vámonos inmóviles de viaje para ver la tarde de siempre con otra mirada,
para ver la mirada de siempre con distinta tarde. Vámonos, inmóviles
( Xavier Villaurrutia, "Lugares", 2006).


La poesía, la música y la arquitectura son artes abstractas que producen ambientes. Las tres crean espacios: imaginarios, reales, simbólicos. Mediante la palabra, la poesía revela la sensibilidad de los hombres al interrogar y decir los presupuestos de la existencia humana en cualquier tiempo, en todo tiempo; al revelarla, expresa lo que permite que nuestra existencia sea verdaderamente humana: el amor y la muerte, la soledad y la comunión, el pesar y la angustia, la alegría, el sentido de la vida y de la experiencia, el lugar del hombre en el universo, su relación con la naturaleza, el paso del tiempo, el recuerdo. Sin duda la música es la más inmediata de las artes respecto a nuestra experiencia sensible; el arte que interpela a nuestra sensibilidad prácticamente sin mediación alguna, en la propia inmediatez de su puesta en acto y, por lo consiguiente, de su experiencia posible. La música echa mano de un lenguaje a un tiempo expresivo e indescifrable, o por lo menos muy difícilmente traducible en palabras; dicho lenguaje está más allá del lenguaje articulado, ya que en él se dan cita ritmo y melodía.

Por su parte, la arquitectura evidencia una voluntad de hacer perdurar el espacio deliberadamente concebido para ser habitado por los hombres, espacio en el que los hombres puedan vivir y morir, amar y soñar, con la dignidad del amparo; espacio en el que puedan expresar sus posibilidades más auténticas y ser sujetos de las experiencias de que hemos hablado al referirnos a la poesía. En el caso de la arquitectura, dichas experiencias no ocurren de cualquier manera, antes al contrario: éstas no suceden a la intemperie sino justamente al abrigo de los espacios creados con voluntad de educación y belleza. Espacios que deben estar al servicio del hombre. Podemos decir, de manera muy general, que si la poesía alimenta el alma propiciando su capacidad de soñar y de sentir, que si la música acaricia esa alma, la envuelve, y alimenta ya el sosiego, ya la intensificación de sus experiencias, así puede afirmarse que la tarea de la arquitectura en referencia a esa misma alma es protegerla, abrigarla y ofrecerle el espacio de amparo y de vida necesarios para que todo lo demás pueda ser, para que el hombre pueda ser. La arquitectura debe ofrecer a los hombres un eje de mundo, un centro de universo.

Poesía, música y arquitectura, en las distintas formas que les son características y propias, evidencian una composición simultánea de planos múltiples, y en sus obras intervienen, a un tiempo, tantos factores y niveles que su resolución analítica es, como se sabe, en extremo difícil, si no es que declaradamente imposible. Con todo, lo que sí es posible afirmar es que la obra de arte no se explica como tal, sino que traduce su modo de ser y devenir a través de la emoción. Hay un paralelismo entre la estructura de la obra de arte y la del alma humana, porque el cuerpo está implicado como instrumento y testigo en la experiencia cualitativa de la propia obra. Toda obra de arte -poesía, música, arquitectura- despierta en quien la presencia y experimenta el sentimiento de la coherencia propia. Así, la obra pareciera implicar y realizar la integración de todas nuestras facultades. Las líneas, los versos, las notas definen un campo espacio-temporal de relaciones, en el que cada parte pertenece al todo, no por una apacible armonía (o no principalmente por ello), sino en virtud de una activación interna; la obra de arte, en este sentido, activa las potencias del espíritu, las posibilidades del ser.

El espacio entraña un fenómeno de comunicación, éste comprende y engloba la singularidad de todos los elementos que lo constituyen a través de la sinergia de los efectos que provoca. Por medio de este intercambio simbólico, cada componente de la obra de arte entra en relación de reciprocidad consigo mismo y con el resto de los componentes de la obra. De ahí que puedan constituirse en símbolo, fuente prácticamente inagotable de significados, aunque sólo al interior del contexto al que dicho símbolo hace referencia. Estos significados provocan nuestros afectos, los orientan y también ofrecen sentidos posibles a nuestra existencia. Justamente por ello, los espacios arquitectónicos y los espacios afectivos son vitales para nuestra existencia física y emocional. En sentido estricto, no podemos poseer a las "ideas" musicales o a las que refieren a los fenómenos espaciales o poéticos, sino que más bien son estas "ideas" sensibles las que nos poseen a nosotros. Somos porque estamos y devenimos en el espacio porque en él nuestro cuerpo deviene; estamos o somos -en términos de un espacio imaginario que implica a las sensaciones- en la medida en que, por ejemplo, la música nos envuelve; somos igualmente, porque el poema nos transporta y nos orilla a volvernos hacia lo más íntimo de nuestro ser.

Conocemos el espacio y lo reconocemos en la medida que, además de experimentarlo en el momento en que nos encontramos en él, lo llevamos en el recuerdo; espacio rememorado, cambiante, que se transfigura con el tiempo en virtud de la memoria y de sus juegos; espacio que viaja en nosotros, acompañado de olores y sensaciones diversas; de sonidos agradables o incluso de ruidos, que son su música; de sus colores y volúmenes, que son su poesía. Un espacio determinado puede remitirnos a experiencias de paz o desasosiego, de alegría o de pena; asimismo, puede arruinarnos el momento, consolarnos o extasiarnos, al ofrecernos sus dones. Nuestra casa, el espacio percibido y vivido -y en felices ocasiones, también concebido- por antonomasia, espacio de intimidad, es el lugar en el que podemos ser nosotros mismos, de manera más auténtica; en que podemos desnudarnos en cuerpo y en alma; en que nos comprendemos, amamos u odiamos. La casa es el ámbito en el que pueden expresarse, con mayor libertad, nuestras potencias demoniacas o angélicas. En una palabra, la casa es nuestra referencia más próxima de mundo, es nuestro mundo; es un mundo que se contrapone y se complementa en relación al mundo exterior y multitudinario, al mundo de la intemperie, allá afuera, allende los muros de nuestra intimidad solitaria y acompañada que compartimos con los nuestros. Con el propósito de ilustrar sensiblemente lo que se ha dicho, he aquí los versos de una serie de poetas hispanoamericanos. Desde un lugar privilegiado en la poesía mexicana, Ramón López Velarde [1] nos habla a su manera de la casa, en la que se da cita la presencia y el recuerdo de la amada. Poema que revela cómo ciertos espacios puedan marcar nuestras vidas; en este caso, el poema "En tu casa desierta" refiere a un espacio desierto, despoblado, que sólo alberga la ausencia de quien llena el amor del poeta, en la añoranza:

El alma llena de recogimiento,
mudos los labios, me detengo en cada
lugar de tu mansión, ensimismada
cual si la fatigase un pensamiento.

El naranjo medita. En el momento
en que estoy en tu alcoba la almohada
me dice que en la noche prolongada
tu rostro tibio la dará contento.

Honda en la paz ... Pero la angustia crece
al mirar que no vuelves. Hace ruido
el viento entre las hojas, y parece

que en el patio se quejan los difuntos...
¡Es el naranjo, que al temer tu olvido
me está invitando a que lloremos juntos!

Habíamos dicho que el espacio está compuesto por una multitud de elementos, en distintos niveles; que a su vez está conformado por un gran número de espacios... Francisco González León [2], contemporáneo de López Velarde y en cierto modo uno de sus maestros, nos habla de la cocina de la infancia, de esas cocinas mexicanas que en la segunda mitad del siglo pasado, y a principios de éste, eran espacios llenos de color, habitados por aromas amables y por la gente de casa y del servicio en los que tenía lugar la convivencia durante gran parte del día:

"Cuentos de la cocina"

Candil medio apagado,
medroso calosfrío,
cenáculo alelado:
"... a la medianoche, por la ribera del río,
pasa llorando la infeliz María..."

¡Qué fría la cocina de mi casa!
¡Qué luz aquella de la lámpara, tan escasa!
Y ¡qué grande el temor que producía
el pensar en los espantos,
cuando la criada seguía
hablándonos de quebrantos
de muertos y aparecidos!

¡Cuántos recuerdos estumecidos!
¡Cuántos recuerdos temerosos! ¡Cuántos!
Y ¡ay de quien no crea
en el canto de pájara agorera
que baja por la húmeda chimenea!

¡Ay de quien no crea
que la saltapared avisa
de maleficios y desolación...!

Y añadía la cocinera
que bajo las cenizas
guardaba la hechicera
sus ojos en el fogón...

Veladoras infernales,
lámpara de luz escasa,
cuentos de la cocina de mi casa
poblados de obsesiones de nahuales.
Friolentas noches de enero,
crédula puericia mía
el ronronear del caldero,
y el estallar de burbujas en mi fantasía.

Y aquella fórmula impía
de aquel volar de las brujas:
"Sin Dios y sin Santa María..."

Hasta la propia alcoba, ámbito de reposo siempre, pero aquí de convalecencia para el enfermo, en el que tienen lugar las plegarias que piden por su salud; la alcoba, espacio de amor y también de erotismo al que nos lleva de la mano Xavier Villaurrutia [3], que en sus versos insiste en la luz, como símbolo de esperanza y de vida. La luz: elemento fundamental de la arquitectura:


Se necesita luz...
se necesita luz en esta alcoba,
se necesita luz
porque nunca los dientes de la loba
hieren en plena luz...

Apagad vuestros rezos un momento
no vaya a despertar,
apagad vuestros rezos
que presiento que va a llorar...

Echad fuera esa negra mariposa,
es presagio fatal,
arrojadla a la noche tenebrosa
abriendo el ventanal.

Ya despierta el enfermo. Sus orejas
se ha señalado más...
Ojalá que no sean agoreras
del sueño jamás.

Se necesita luz en esta alcoba,
se necesita luz
porque nunca los dientes de la loba
hieren en plena luz...

También a decir del propio Sabines [4], la casa es el ámbito primigenio del amor y de la relación de pareja, a partir de los mismísimos Adán y Eva, pues en ella se reproduce la vinculación primordial del amor, de manera emblemática, todos los días, hoy y en todas partes; así la casa, el hogar, se construye entre dos y en compañía (Fragmento V de Adán y Eva):

-Mira, ésta es nuestra casa, éste nuestro techo. Contra la lluvia, contra el sol, contra la noche, la hice. La cueva no se mueve y siempre hay animales que quieren entrar. Aquí es distinto, nosotros también somos distintos.
-¿Distintos porque nos defendemos, Adán? Creo que somos más débiles.
-Somos distintos porque queremos cambiar. Somos mejores.
-A mí no me gusta ser mejor. Creo que estamos perdiendo algo. Nos estamos apartando del viento. Entre todos los de la tierra vamos a ser extraños. Recuerdo la primera piel que me echaste encima: me quitaste mi piel, la hiciste inútil. Vamos a terminar por ser distintos de las estrellas y ya no entenderemos ni a los árboles.
-Es que tenemos uno que se llama espíritu.
-Cada vez tenemos más miedo, Adán.
-Verás. Conoceremos. No importa que nuestro cuerpo...
-¿Nuestro cuerpo?
-...esté más delgado. Somos inteligentes. Podemos más.
-¿Qué te pasa? Aquella vez te sentaste bajo el árbol de la mala sombra y te dolía la cabeza. ¿Has vuelto? Te voy a enterrar hasta las rodillas otra vez.

Sin duda la casa es el lugar en que el dolor puede ser reposado, atemperado en la búsqueda de su alivio; el sitio en el que es posible refrendar la voluntad de que la vida continúe, a pesar de la muerte, y sobre todo de la muerte del ser amado; puede ser la casa el sitio en que el dolor quizás crezca en el espacio que se compartió con el ser amado, y en cuya ausencia se despuebla. Así lo quiere expresar Alí Chumacero, en el "Monólogo del viudo":

Abro la puerta, vuelvo a la misericordia
de mi casa donde el rumor defiende
la penumbra y el hijo que no fue
sabe a naufragio, a ola o fervoroso lienzo
que en ácidos estíos
el rostro desvanece. Arcaico reposar
de dioses muertos llena las estancias,
y bajo el aire aspira la conciencia
la ráfaga que ayer mi frente aún buscaba
en el descenso turbio.
No podría nombrar sábanas, cirios, humo
ni la humildad y compasión y calma
a orillas de la tarde, no podría
decir "sus manos " , "mi tristeza", "nuestra tierra"
porque todo en su nombre
de heridas se ilumina. Como señal de espuma
o epitafio, cortinas, lecho, alfombras
y destrucción hacia el desdén transcurren,
mientras vence la cal que a su desnudo niega
la sombra del espacio.

Ahora empieza el tiempo, el agrio sonreír
del huésped que en insomnio, al desvelar
su ira, canta en la ciudad impura
el calcinado son y al labio purifican
fuegos de incertidumbre
que fluyen sin respuestas. Astro o delfín allá
bajo la onda el pie desaparece
y túnicas tornadas en emblemas
hunden su ardiente procesión y con ceniza
la frente me señalan.

De vuelta a la casa de la niñez a través del canto del poema, acaso tras un largo periplo y todavía a la distancia, para el poeta la casa se transforma de mero recuerdo en ideal rememorado, en imagen viviente que se vincula a un amor primerizo de adolescencia, amor de aprendizaje. Carlos Pellicer nos habla de ello en "Paisajes" [5]:

I
Cuando los árboles entraban a la casa
húmedos de aurora y con una mirada
ponían azul lo que era blanco, y altas
voces de juegos y poemas rompían la ventana
tibia aún de los diálogos -palomas-,
no pasaba nada.
La mañana que vendía relojes de seis horas
y desayunos de paisajes con toalla limpia
y cuadernos con el Arca de Noé y sus
20 atracciones mundiales
al grito de amor y fe,
como tenía los dedos de cristales
y los ojos inmemoriales y los oídos de plata,
no pasaba nada.
Y mientras rezaba con mi madre,
la puerta y yo pensábamos en ti,
tan dulce, tan ligera, tan amante,
que yo veía a los ciegos sumar,
dividir y multiplicar las estrellas ;
y a los sordos
dirigir el concierto de los ángeles.
Tú, que eras un lirio en la noche
con caminos y canciones
y recuerdos de años con lágrimas
y sangre y degollaciones de corazones inocentes.

La casa es el ámbito de la intimidad compartida, en el que el espíritu y los cuerpos de los amantes y la pareja conviven; espacio desde el cual es posible asomarse al mundo, a la luz constelada de la noche, lo mismo que a la luz plena del día. La casa como espacio y testimonio de lo que se comparte y como imagen de la amada, según nos dice de nueva cuenta Jaime Sabines (fragmento XIV):

Tú conoces la casa, el pequeño jardín: paredes altas, estrechas, y allí arriba el cielo. La noche permanece todavía sobre la tierra y hay una claridad amenazante, diáfana, encima. La luz penetra a los árboles dormidos (hay que ver la isla de los árboles dormidos en la ciudad dormida y quieta). Se imaginan los sueños, se aprende todo. Todo está quieto, quieto el río, quieto el corazón de los hombres. Los hombres sueñan.

Amanece sobre la tierra, entre los árboles, una luz silenciosa, profunda.
Me amaneces, dentro del corazón, calladamente.
La casa compartida en vecindades, en el centro de una ciudad enorme, bella y difícil; compartida en la pobreza, que también puede ser experiencia de riqueza espiritual y emocional, de plenitud amorosa; la casa como testigo mudo de las relaciones de familia y entre familias, de la gente común; la casa como testimonio de las vidas que, juntas y compartidas, enriquecen y brindan fortaleza, a pesar de todo. Así lo expresa el poeta y novelista mexicano José Emilio Pacheco, en "Vecindades del centro" [6]:

Y los zaguanes huelen a humedad
Puertas desvencijadas
Miran al patio en ruinas
Los muros
relatan historias indescifrables
Los peldaños de cantera se yerguen
Gastados a tal punto que un paso más
podría ser el derrumbe

Entre la cal bajo el salitre el tezontle
Con ese fuego congelado fue hecha
una ciudad que a su modo inerte
es también un producto de los volcanes

No hay chispas de herradura que enciendan
las baldosas ya cóncavas
Por dondequiera
Autos manchas de aceite
En el XVIII fue un palacio esta casa
Hoy aposenta
a unas quince familias pobres
una tienda de ropa una imprentita
un taller que restaura santos

Baja un olor a sopa de pasta

Las ruinas no son ruinas
El deterioro
es sólo de la piedra inconsolable
La gente llega
vive sufre se muere
Pero otros vienen a ocupar su sitio
y la casa arruinada sigue viviendo

La poesía habla de los recuerdos de infancia, de la casa y la arquitectura; en éstos, el fervor del poeta por la belleza empieza a germinar. Así, el poeta habla de su amor por los seres queridos, de sus dichas, pero también de sus desgracias; de los momentos difíciles, de los momentos de soledad y de comunión. En un largo poema autobiográfico -del que aquí se cita un fragmento-, poema que en sí mismo constituye un libro, Octavio Paz nos habla de todo ello, a partir del ámbito de la casa [7]:

El patio, el muro, el fresno, el pozo
es una claridad en forma de laguna
se desvanecen. Crece en sus orillas
una vegetación de transparencias.
Rima feliz de montes y edificios,
se desdobla el paisaje en el abstracto
espejo de la arquitectura.
Apenas dibujada,
suerte de coma horizontal
entre el cielo y la tierra,
una piragua solitaria.
La olas hablan nahua.
Cruza un signo volante de alturas.
Tal vez es una fecha, conjunción de destinos :
el haz de cañas, prefiguración del brasero.
El pedernal, la cruz, esas llaves de sangre
¿alguna vez abrieron las puertas de la muerte?

Mis palabras,
al hablar de la casa, se agrietan.
Cuartos y cuartos, habitados
sólo por su fantasma,
sólo por el rencor de los mayores
habitados. Familias,
criaderos de alacranes :
como a los perros dan con la pitanza
vidrio molido, nos alimentan con sus oídos
y la ambición dudosa de ser alguien.
También me dieron pan, me dieron tiempo,
claros en los recodos de los días,
remansos para estar solo conmigo.
Niño entre adultos taciturnos
y sus terribles niñerías,
niño por los pasillos de altas puertas,
habitaciones con retratos,
crepusculares cofradías de los ausentes,
niño sobreviviente
de los espejos sin memoria
y su pueblo de viento:
el tiempo y sus encarnaciones
resulto en simulacros de reflejos.
En mi casa los muertos eran más que los vivos.
Mi madre, niña de mil años, madre del mundo, huérfana de mi,
abnegada, feroz, obtusa, providente,
jilguera, perra hormiga , jalalina,
carta de amor con falta de lenguaje,

mi madre: pan que yo cortaba
con su propio cuchillo cada día.
Los fresnos me enseñaron,
bajo la lluvia, la paciencia,
a cantar cara al viento vehemente.
Virgen somnilocua, mi tía
me enseño a ver con los ojos cerrados,
ver hacia adentro y a través del muro.
Mi abuelo a sonreír en la caída
y a repetir en los desastres: al hecho, pecho.
(Esto que digo es tierra
sobre tu nombre derramada : blanda te sea.)
Del vómito a la sed,
atado al potro del alcohol,
mi padre iba y venía entre llamas.
Por los durmientes y los rieles
de una estación de moscas y de polvo
una tarde juntamos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
Lo encuentro ahora en sueños,
esa borrosa patria de los muertos.
Hablamos siempre de otras cosas.
Mientras la casa se desmoronaba
yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza
entre escombros anónimos.


Finalmente, digamos que la arquitectura sólo es posible en tanto que es construida; que la música sólo cobra existencia si es ejecutada; que la poesía sólo se materializa en el poema. Señalemos, asimismo, que estas tres artes producen ámbitos, atmósferas, espacios sonoros, musicales, espacios arquitectónicos que nos envuelven y nos transforman. La sonata, el poema, el espacio- tiempo como espacio vivido, representan experiencias que nos convierten en seres totales, así sea en la inmediatez de la experiencia estética, así sólo sea por unos instantes. De ahí el privilegio de tales experiencias, en la medida en que podemos oír, leer o vivir lo que tales artes nos ofrecen. Se trata de un encuentro en el que cuerpo y espíritu se reconcilian.

Notas

1. Salvi, L. "El paisaje en el texto. El paisaje del texto. Elementos petrarquistas en la poesía de Ramón López Velarde", Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 2013, pp. 153-165.
2. León, F. G., de Alba, A., Velarde, R. L. "Campanas de la tarde", México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Dirección General de Publicaciones, 1990.
3. Villaurrutia Xavier, "Obra poética", Madrid: Hiperión, 2006, p. 346
4. Plascencia Saavedra, M. "Jaime Sabines y la Biblia", "Literatura Mexicana", Vol. 16, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicos, Centro de Estudios Literarios, 2005.
5. Molano Nucamendi, H. Carlos Pellicer, "Poesía completa", 3t. Ed. México: UNAM/CNCA/Ediciones del Equilibrista, 1997.
6. Pacheco, José Emilio, "Alta traición: antología poética", Madrid: Alianza Editorial, 1985, (116 pp.)
7 Paz Octavio, "Obra poética: (1935-1998)", Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2004, (1588 pp.)

Bibliografía

León, F. G., de Alba, A., Velarde, R. L. "Campanas de la tarde", México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Dirección General de Publicaciones, 1990.
Molano Nucamendi, H. Carlos Pellicer, "Poesía completa", 3t. Ed. México: UNAM/CNCA/Ediciones del Equilibrista, 1997.
Pacheco, José Emilio, "Alta traición: antología poética", Madrid: Alianza Editorial, 1985.
Paz Octavio, "Obra poética: (1935-1998)", Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2004.
Plascencia Saavedra, M. "Jaime Sabines y la Biblia", "Literatura Mexicana", Vol. 16, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicos, Centro de Estudios Literarios, 2005.
Salvi, L. "El paisaje en el texto. El paisaje del texto. Elementos petrarquistas en la poesía de Ramón López Velarde", Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 2013.
Villaurrutia Xavier, "Obra poética", Madrid: Hiperión, 2006.

María Isabel Arenillas Cuétara