El 
          Arquitecto 
          
          Cuando yo vine al mundo, ya estaba todo hecho.
          Los muebles heredados no me dejaban sitio. 
          Por eso, he decidido mi entusiasmo futuro 
          de andar fuera de mí, recibiendo distancias. 
          
          ¡Estar bajo la bóveda reciente de un castaño! 
          ¡Qué holgura como origen de una orilla habitable!
          ¡Dadme un templo o penumbra vegetal que susurre 
          confidencias de un dios que humano desfallece! 
          
          La realidad resulta más amplia que mi ensueño
          y hay que ser imperfectos en criaturas cercanas. 
          Mi rebeldía tiene medidas más humildes,
          mas a escala de un poco de ilusión hacedora. 
          
          Desde mi propio cuerpo recorro el horizonte, 
          desde una mano amiga me acerco al infinito,
          desde un hombre que pasa por la calle, abro huecos
          para que el aire enfermo se alegre y se ilumine.
          
          Con los ojos del niño que se asombra, dibujo, 
          descubro materiales y les dejo ser ellos, 
          me invento otras paredes casi invisibles, diáfanas, 
          y así puedo estar dentro sin dejar de estar fuera. 
          
          Paredes con estrellas y la voz de un arroyo 
          que no cesa y un leve rubor de madrugada… 
          Paredes con visiones de libertad pequeña, 
          en vez de columnatas rodeando a otros ídolos. 
          
          Pero el viento es difícil de domar, la sonrisa 
          se arrastra deformada por pasillos oscuros, 
          y al que velaba insomne y está sobre el tablero 
          tropezando y cayendo, le duele la cintura. 
          
          La técnica parece muy fuerte y es muy débil 
          si no la defendemos con semillas de un vino 
          que muere… ¡Quién pudiera trepar hasta esas nubes
          por la escala de cuerda de un croquis bien resuelto! 
          
          Sabemos demasiado, pero siempre es preciso 
          que unos pobres peldaños nos dejen a la puerta
          de alguien entre sus viejas herramientas, cantando.
          Mañana, su ignorancia nos hará mil preguntas. 
          
          Por un lado, programas, preparación, exámenes,
          lo que tiene raíces y error de tantos siglos.
          Por otro lado, un mínimo de acierto de repente, 
          ¡lo que nos hace dignos del nombre de arquitectos! 
          
          Cuando yo vine al mundo, ya estaban otros hombres 
          planteando sus límites de vocación de espacio. 
          Ya estaban afirmando, repartiendo y midiéndole 
          con voluntad terrestre su sitio a cada uno. 
          
          En la Casa del Padre, ¿no habrá sitio de sobra 
          para todos? Nosotros, realicemos, viviendo, 
          nuestros planos de holgura de esta orilla habitable, 
          mientras tantas fachadas se encienden como anuncios. 
          
          (http://www.madrimasd.org/cienciaysociedad/poemas/poesia.asp?id=48)