Escenas y Bronces

La campana de cada templo;
la voz de cada campana;
ya cansina, ya lozana;
la voz de cada campana.

Campanas escenógrafas que con sus sones
me pintan múltiples decoraciones.

Campanas de la catedral que suelo oír
cuando voy a una capital.
Esquilón que me evoca los sochantres,
los obesos libros de coro,
los órganos tubulares,
y esos
ganzosos rezos
de los canónigos capitulares.

Campanas de mi pueblo solitario;
campanas casi humanas,
campanas que conozco tanto,
de tanto oírlas a diario.
La premiosa y nerviosa que invita al rosario
con la prisa de aquel esquilón
que es íntimo amigo
del ciego mendigo
que pide limosna en el atrio,
y exhibe el pavor
de mirar la vida
con vista interior.

La esquila del Asilo de Jesús
con su lista
de huérfanas devotas
y su viejo organista.

La crepuscular del templo de la Luz
tan limítrofe y pausada,
tamizando sus aires penumbrosos
por entre los árboles de la barriada.

Y aquella del solar de la Merced;
con su llamar triste y lento,
con su iglesia penumbrosa y cenobita,
sus cascadas tradiciones de convento,
y su carmelita saltapared,
la cual es hermanita de San Pascual,
por lo enamorada del Sacramento.

 

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