Mejor...   


Mejor que un espíritu tan
neurótico e inquieto,
¡quién hubiera sido, en medio del olvido
de un convento de monjas,
humilde sacristán!
Experto en mazapán
y en golosinas de monjil mano;
lector asiduo
de ejemplos de San Ligorio
y de vidas del Año Cristiano:
tan ignorante del mundo y del Conde Costia,
como nutrido con vino de celebrar
y recortes de hostia.

¡Cómo hubiera sido grande mi amistad
por el hortelano del convento,
y cómo siento mi cariño sincero
por el campanero!

Altísimos muros de la huerta
lamosos y desiguales;
paredes conventuales
con pródigos helechos de extremos encorvados,
cual los de los cayados
episcopales.

Panoramas de la torre;
ajedrez de las azoteas del convento;
lejanías de la ciudad;
parsimonia senil de la campana
que a los maitines llama: tan... tan... tan...
Luna creciente y mínima como la tilde;
soñada Sor Matilde,
señado capellán,
convento de San Hodebrán...
¡Quién fuera vuestro humilde sacristán... !

 

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