Vista del Valle de México desde Chapultepec,
CIRCA 1825

Todo el valle se abre desde lo alto
de la roca pórfida de Chapultepec
este vierneS de julio, después de la lluvia.

Caminos de álamos y olmos llevan a la ciudad,
salen de la ciudad bañados por las aguas
del lago de Texcoco, plateado de orillas.

Hacia el sureste, los dedos púrpuras del Sol postrero
acarician los hombros nevados de la Mujer Blanca
y el cono estricto de la Montaña Humeante.

Por el Norte, en la falda del cerro del Tepeyac,
más allá de las praderas mojadas de luz,
aparece el santuario de la Virgen, morena de tierra.

Allá entre los magueyes, por donde las calles verdes
van hacia el Oriente, viene una mujer sola, la bisabuela
de mi madre, en la que yo ya voy, enamorado y diurno.

En el lejano Sur, todo sur es lejano,
por caminos carretero el día viejo se dirige a san Ángel
y el ojo, lleno de azul, parece querer irse de viaje.

Los pueblos indios se duermen entre los sembrados,
la ciudad culebrea metiéndose en la noche, y un colibrí,
forma de la fuga, se figura en las fauces del felino amarillo.

El tiempo mece la cabellera verde de los sauces;
en el Poniente, un cenzontle retumba
y el paisaje se anima, el pasado se mueve.

 

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