Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.


El no-lugar
¿Domesticar o ser domesticado por el espacio?

Ian M. Hoyos Luna-Barrera

"Vivir actualmente lleva consigo aceleración -o deceleración- en lo que supone pasar de un
código a otro, transferir un impulso a otro y, enfrentarse a diferentes situaciones desde
distintas posiciones cambiantes. Vivimos en una era de transición".
(Wiel Arets, Transition).




Imagen 1.

Partiremos, si les parece, de una sencilla fórmula: la velocidad se define como el tiempo que le toma a un cuerpo el recorrer cierta distancia (V = d/t). Ahora bien, si al término "distancia" le despojamos de sus características netamente mesurables (racionales) y lo reemplazamos por Espacio, al re introducirlo en la fórmula obtendremos la trilogía "Tiempo, Espacio, Velocidad", son estos tres factores, más la adición de dos componentes esenciales que son el hombre y su interacción (o carencia de ella) con sus semejantes, en relación a su contexto inmediato, y las respuestas (fenomenológicas) a sus características propias, los que servirán de soporte y medio para la creación de lugares y no lugares.

Ya sea que nos refiramos al lugar o al no lugar en ambos casos es imposible separarlos de su raíz común que es el Espacio [1]. De la misma manera en que no podemos tener una idea clara de él sin su componente principal el tiempo, y es este último, su aceleración constante en nuestra cotidianeidad (Léase velocidad o pulso de la vida moderna), y los excesos que conlleva, los rasgos característicos de lo que Marc Augé denomina como sobremodernidad, el dominio predilecto de los no lugares a los que acudimos en busca de anonimato y fuga momentánea [2].

Para poner en contexto (si vale el término) la idea de no lugar me referiré en primera instancia al concepto de:

Sobremodernidad


Según Marc Augé la situación sobremoderna amplia y diversifica el movimiento de la modernidad, y es signo de una lógica del exceso: el exceso de información, el exceso de imágenes y el exceso de individualismo. Desde la génesis misma de la modernidad y su reflejo en las nuevas tecnologías que dieron lugar a una experiencia cualitativamente distinta, la de "ser Moderno", el habitante del siglo XX se introdujo a toda velocidad en ámbitos completamente nuevos, no sólo en términos geográficos, sino también interpersonales, emocionales y culturales.

En lugar de ver la acogedora campiña o vastos paisajes, los viajeros, los habitantes urbanos se enfrentan a un collage caleidoscópico de imágenes y sonidos. Lo que antes estaba contenido en espacios separados, ahora se mezcla y entrecruza. En la modernidad, la percepción del tiempo experimenta un cambio radical. Las nuevas tecnologías de administración, como el "taylorismo" y el "fordismo", alteraron la forma en que las personas se comportaban, asemejándolas al común denominador de unidades de trabajo y de consumo masivo.

De la misma manera la percepción de velocidad da un giro proporcionalmente inverso, puesto que en la medida en que más rápido nos desplazamos (o creemos que lo hacemos) realmente más estáticos permanecemos, este fenómeno es apreciable de manera más clara en el desarrollo de las telecomunicaciones; desde la transmisión del primer mensaje telegráfico público en 1844 hasta la aparición de Internet a comienzos de 1990, y su incesante crecimiento hasta nuestros días, el ritmo apabullante de la modernidad, y el flujo cada vez mayor de información ha relativizado nuestras nociones de velocidad, tiempo y espacio, sobretodo este último, hasta el punto en que no hace falta ser para estar y más aún cuando las funciones de nuestra vida diaria nos exponen por lapsos cada vez más prolongados a espacios virtuales [3].

Es este mismo aislamiento productivo, sus implicancias en la vida doméstica y en la sociedad de consumo, que se desplaza cada vez con mayor velocidad y a mayores distancias, lo que se traduce al pasar por el lente magnificador de la sobremodernidad como la búsqueda de un mundo prometido a la individualidad solitaria, a lo provisional, a lo efímero y a la similitud. La pérdida del sujeto en la muchedumbre.

La relación con los medios de comunicación puede generar una forma de pasividad que expone cotidianamente a los individuos al espectáculo de una actualidad que se les escapa; una forma de soledad que los invita a la navegación solitaria y, en la cual, toda telecomunicación abstrae la relación con el otro, sustituyendo con el sonido o la imagen, las relaciones interpersonales de la exposición cuerpo a cuerpo y cara a cara; en fin, una forma de ilusión que deja al criterio de cada uno el elaborar puntos de vista, opiniones en general bastante inducidas, pero percibidas como personales.

Pasividad, soledad e individualización son entonces características que se han emancipado, expandido, renovado y democratizado en el mundo de la sobremodernidad, la misma que impone a las conciencias individuales experiencias y pruebas muy nuevas de soledad, directamente ligadas a la aparición y a la proliferación de:

Los no lugares


Al definir el Lugar (antropológico) como un espacio en donde se pueden leer la identidad, la relación y la historia, Augé propone llamar no lugares a los espacios donde esta lectura no es posible. Estos espacios cada día más numerosos son:

Los espacios de circulación: autopistas, áreas de servicio las gasolineras, aeropuertos, vías aéreas.
Los espacios de consumo: súper e hipermercados, cadenas hoteleras, etc.
Los espacios de comunicación: pantallas, cables, ondas con apariencias a veces inmateriales.

En primera instancia podemos decir que estos nuevos espacios no son lugares donde se llevan a cabo relaciones sociales duraderas. Los individuos se mueven sin relacionarse, ni negociar nada, pero obedecen a un cierto número de pautas y de códigos que les permiten guiarse cada uno por su lado. Estos no lugares se yuxtaponen, se encajan y por eso tienden a parecerse. En la soledad de los no lugares puedo sentirme un instante liberado del peso de las relaciones. Este paréntesis parece ser inocente, pero no nos imaginamos que pueda prolongarse más allá de unas cuantas horas.

Es necesario aclarar que la oposición entre lugares y no lugares es relativa. Varía según el tiempo de exposición a éstos, las funciones, los usos y los usuarios. Según los momentos un estadio, un monumento histórico, un parque, ciertos barrios de la ciudad no tienen ni el mismo esplendor ni el mismo significado de día o de noche, en una fecha histórica, o en un desolado día de elecciones, en las horas de apertura y cuando están casi desiertos.

Está claro que es también el uso lo que hace el lugar o el no lugar: el viajero de paso no tiene la misma relación con el espacio del aeropuerto que el empleado que trabaja allí cada día, que encuentra a sus colegas y que pasa en él una parte importante de su vida. La domesticación del espacio para convertirlo en Lugar, está por lo tanto, en función de los que viven en él, lo codifican, o según la tipificación de espacios de Delleuze: lo esculpen y convierten esta superficie lisa para muchos en un nuevo espacio estriado para ellos mismos.

El lugar y el no lugar son más bien polaridades falsas: el primero no queda nunca completamente borrado y el segundo no se cumple nunca totalmente [4]. Está claro que por no lugar se designan a dos realidades complementarias pero diferentes: los espacios que sirven a ciertos fines como el transporte, comercio y ocio, y la relación que los individuos entablan con estos espacios. Los no lugares mediatizan todo un conjunto de relaciones consigo mismo y con los otros que no apuntan sino indirectamente a sus fines, los no lugares crean la contra actualidad solitaria.

Sin embargo, la condición sobremoderna no es única ni vivida de la misma manera en todo el planeta, si bien la rapidez, cada día más acelerada, de los medios de transporte, la inmediatez de las comunicaciones por teléfono, fax, correo electrónico, la velocidad de la información y también en el ámbito cultural, la omnipresencia de las mismas imágenes, o, en el ámbito ecológico, la llamada de atención sobre el alza de la temperatura de la tierra o la capa de ozono, nos pueden dar la impresión de que el planeta se ha vuelto nuestro punto de referencia en común, la realidad es que el mundo es recorrido hoy en día por dos flujos de población que esencialmente van en sentidos contrarios: los inmigrantes a quienes sus dificultades económicas les precipitan hacia un mundo occidental (el nuevo viejo mundo), que tienden a mitificar; y los turistas, que con el ojo pegado a sus cámaras recorren los países (paisajes) que a menudo son aquellos de donde parten dichos inmigrantes en busca de distracción y relajamiento.

Este flujo humano constante nos hace pensar que la vida consiste en pasar fronteras, y ambos viajeros tanto el que busca alcanzar el sueño de una vida mejor emigrando a otro país, como aquel que busca nuevas fronteras para alejarse por un momento del estrés que le provoca el acelerado pulso de su cotidianeidad llevan consigo mismos la noción germinal pero diferenciada de un no lugar, y resulta incluso irónico que ambos flujos diferenciados en un momento o "escala" dados puedan compartir un mismo no lugar: un aeropuerto en cualquier lugar del mundo.

Esta movilidad según Augé descansa en el postulado de que uno no está identificado ni por el nacimiento, ni por la familia, ni por el estatuto profesional, ni por las relaciones amistosas o amorosas, ni por la propiedad o pertenencia. Parece que toda identidad fuera reducida, sino barrida, por la velocidad de todos estos movimientos.

A diferencia del no lugar occidental, y como latinoamericanos, si la convención de lo que se supone que somos y significamos a los ojos de nuestros semejantes inmediatos en relación directa a un territorio dado, codificado y legible, queda abandonada al desplazarnos fuera de él habremos perdido "El Lugar en nosotros mismos", al reemplazar aquello que llamábamos hogar, nuestro lugar, nuestro terruño, por la ilusión de un futuro mejor; entonces cruzando las fronteras de este mundo cada vez más pequeño como inmigrantes sin identidad, nos habremos convertido en un no lugar ambulante, puesto que no sabremos identificarnos ni con el medio, ni con el espacio al que nos conduce el final del camino, y aquel lugar del que partimos, y en el que nos reflejábamos e identificábamos lo habremos perdido, cuando al volver a él después de algunos años no sepamos reconocer las marcas que habíamos dejado barridas por el pulso del progreso, y menos aun cuando al mostrar a nuestros hijos el lugar donde nacimos ellos se pregunten dónde queda el Mc Donald´s más cercano, o donde pueden conectarse a Internet.

Del otro lado de la moneda, el itinerario turístico que guía a los viajeros desde confines alejados del mundo no es más que un texto-paisaje, una imagen idealizada, una postal imaginaria de lo que se supone que será el lugar de destino, todo ello abarcado dentro de un solo nombre o título como en una postal (Paris, La Paz, Cuzco, Guadalajara, Río de Janeiro etc.), de esta manera el destino (léase Paisaje), capturar sus distancias, y sus detalles arquitectónicos o naturales, en resumen sus peculiaridades son la ocasión para un texto [5].

La exposición a estas imágenes pintorescas, mucho más coloridas que lo habitual, y la búsqueda de un pulso menos acelerado son la catarsis del sobresaturado emigrante occidental, que si bien halla todas las comodidades disponibles a su presupuesto, no puede entablar una relación duradera con estos pintorescos paisajes del no lugar en el viejo nuevo mundo.

Mientras que la identidad de unos y otros constituía el "lugar antropológico", a través de las complicidades del lenguaje, las referencias del paisaje, las reglas no formuladas del saber vivir, el no lugar es el que crea la identidad compartida de los pasajeros (turistas e inmigrantes), de la clientela o de los conductores de domingo. El pasajero de los no lugares sólo encuentra su identidad en el control aduanero, en el peaje o en la caja registradora.

Los no lugares como hemos podido apreciar se recorren, se miden en unidades de tiempo. Los itinerarios no se realizan sin horarios, sin tableros de llegada o de partida que siempre dan lugar a la mención de posibles retrasos. Se viven en el presente. En suma, es como si el espacio estuviese atrapado por el tiempo, el pasajero de los no lugares vive la experiencia simultánea del presente perpetuo y del encuentro de sí. Lugares y no lugares se oponen como las palabras y los conceptos que permiten definirlos. El no lugar es contrario de la utopía: existe y no postula ninguna sociedad orgánica [6].

A medida que nuestra cotidianeidad, se contagia cada vez de mayor velocidad, nos preguntaremos con mayor frecuencia a donde vamos, porque cada vez sabremos menos donde estamos. En sus modalidades más limitadas, al igual que en sus expresiones más exuberantes la experiencia de no lugar es hoy un componente esencial de toda existencia social, tanto así, que la necesidad del individuo de replegarse sobre sí mismo ha sido plasmada inclusive en el campo de la arquitectura.

Pondré como ejemplo para hacer la relación del no lugar con la arquitectura la bien conocida casa Farnsworth obra del arquitecto Mies Van der Rohe. Desde su encargo por la doctora Judith Farsnworth en 1946 la casa buscó ser un refugio de fin de semana, el sitio de emplazamiento ubicado en Plano Illinois propiedad de la familia, está rodeado de una gran cantidad de árboles y un río (Fox River) que tiende a inundar los terrenos que el mismo riega durante varias semanas al año.

La naturaleza se manifiesta de manera sobrecogedora durante el transcurso de las estaciones, y las doradas hojas que cubren el panorama en otoño, se transforman en blancas praderas en invierno, para volver a su alegre verde posteriormente. El contexto construido se resume en graneros y talleres de granjas vecinas, que a diferencia del posterior emplazamiento de la casa, se encuentran prudentemente alejados del río, tomando cuenta de su crecida.

Si bien Mies enseñó una inmensa cantidad de lecciones al movimiento moderno a través de esta casa, y la rigurosidad y meticulosidad con la que fue llevada a cabo, tanto a los ojos de los arquitectos contemporáneos a la época en que fue concluida, como a los actuales parece una casa fantasma, el dominio de lo vacuo, en el que se hace difícil encontrar en su aislamiento y soledad pasiva la lectura de identidad, reconocimiento e historia, la casa con sus ya casi seis décadas parece que hubiera congelado el tiempo a su alrededor, (en parte producto de su diseño innovador) se ha mantenido como testigo inmutable en la eternidad de su presente.

La casa Farnsworth, con su base a la altura del tronco de un hombre, parece flotar como una nave espacial, y uno se apresura a elevarse hasta ella buscando refugio, la casa, sin embargo, no ofrece santuario. La amenaza de la naturaleza que nos impulsó hacia ella se ve reforzada una vez que alcanzamos la terraza; no hay refugio en ella para nosotros, ni para otros seres vivientes, el uso de enormes láminas de vidrio sellado para todas las superficies verticales, significa que no podremos entrar a donde vemos seguridad. Tampoco nos inspira seguridad la visión de humanos en su interior; parece como si no pertenecieran allí, parece como si nadie perteneciera allí. La intromisión de alguien haciendo la siesta o de una persona que leyera una revista masticando papas fritas, todos estos normales signos de domesticidad se hacen obscenos" [7].

La casa nunca descendió por completo, nunca echó raíces en el espacio, nunca creó lugar, sin embargo, eso es algo que nunca le quitó el sueño a Mies, puesto que desde la génesis misma del proyecto, el encargo del cliente sugería precisamente eso, un espacio en el que sea posible relajarse y escapar de la cotidianidad, "un no lugar hecho a medida".

Los lugares y no lugares son hermanos siameses que comparten un mismo cuerpo, en cuyas venas circulan el tiempo, el espacio y la velocidad al ritmo de nuestro pulso de vida cada vez más acelerado, ambos son quienes nos llaman y seducen para perdernos en ellos y en nosotros mismos, o quienes despiertan en nosotros el sentido de pertenencia e identidad. Ambos son co-dependientes puesto que uno no podría existir sin el otro, así como el recuerdo no podría existir sin el olvido o viceversa, sin embargo es la persona que los vive, transita, codifica y esculpe quien tiene la palabra final sobre ambos y quien es capaz de invertir sus valores y significados si así lo decide, puesto que puede domesticar el espacio y convertir el no lugar de muchos en el lugar propio de otros tantos, o convertir este último en un vago recuerdo, al desplazarse más allá de sus fronteras.

Notas


Wiel Arets, Transition.
1. Basado en el concepto de Espacio-Tiempo de Einstein.
2. Augé, Marc, "Los no lugares. Espacios del anonimato, una antropología de la sobremodernidad", Madrid: Gedisa, 1996, p. 83.
3. Léase Espacio Virtual no únicamente en un sentido binario o digital, sino también como aquellos espacios programáticamente multidimensionales. (Ej. Súper mercados con farmacias, restaurantes, librerías, malls y cines incorporados, etc.), que han domesticado muchos no lugares con los rasgos de nuestras necesidades domesticas: abastecimiento básico, distracción, entretenimiento y ocio.
4. Augé, op. cit., p. 83.
5. Práctica ironizada en la obra del creador japonés de arte conceptual On Kawara, que en sus dos series I got up at... y I went, relatan una bitácora de viaje, de las cuales, la primera consiste en el envío diario de dos tarjetas postales del tipo comercial, casi siempre al mismo destinatario en Nueva York, y la segunda que documenta los caminos recorridos en un día por el artista, registrados con bolígrafo de tinta roja sobre una copia en blanco y negro de un mapa de la ciudad o del país, sellado con la fecha. Serie que fue concluida en 1979 después de doce años de viaje.
6. Augé, op. cit., p. 83.
7. Algunas reflexiones sobre casas transparentes.

Imágenes y fotografías: Cotesía del autor.

Bibliografía

Augé, Marc, "Los no lugares. Espacios del anonimato, una antropología de la sobremodernidad", Madrid: Gedisa, 1996.

Ian M. Hoyos Luna-Barrera