Arquitectura y Humanidades

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La piel como frontera poética de la casa
Habitando imaginariamente la Casa Caballero de Luis Barragán

Jorge Anibal Manrique Prieto


Después de un lento y prolongado, pero a pesar de ello mínimo, análisis de los planos del proyecto ejecutivo de la Casa Caballero de Luis Barragán, son muchas las resonancias poéticas que repercuten en el alma de quienes se han podido recrear imaginariamente en los espacios habitables de esta casa. Sin embargo en este ensayo se abordará sólo una de esas tantas, resonancias poéticas: la de la piel de la arquitectura (la que Bachelard dice debe ser la segunda piel del habitante) como una frontera saturada de poética.

Se hace necesario precisar que la piel será abordada no sólo como una membrana que se acomoda a las formas de los órganos internos de la casa, sino que se hablará de ella como un órgano en sí mismo, que en términos de la arquitectura se convierte en un muro de ladrillo revestido de cemento, en puerta, ventana, celosía, nicho, umbral; en otras palabra, en espacio; en lugar.

Para empezar, hay que resaltar la manera en que el arquitecto, en su conocimiento material del arte de la arquitectura y con el objetivo de lograr las mejores cualidades habitables para el confort físico y espiritual del habitante, ha propuesto una piel que se vuelve doble en su contacto con el sol. En otras palabras, todo muro que está en contacto con el ambiente exterior es doble; es decir, así como la piel de las diferentes razas humanas se ha adaptado a su contexto, la dermis de la Casa Caballero también lo hace.

Dentro de esta obra arquitectónica los únicos muros dobles, corresponden al cerramiento de aquellos espacios que implican un momento de decorosa privacidad: los baños; en especial aquellos que están próximos a las zonas sociales. Mientras que aquellos que se encuentran en la planta alta, zona de habitaciones, suelen tener muros sencillos.

En el acceso principal la piel ha sido moldeada; se ha explotado su potencial en las tres dimensiones, de tal manera, que se convierte en nicho, en espacio, en umbral. Es una frontera, una boca que hace que el visitante esté a un metro en el adentro-afuera, mientras espera por su ingreso al vestíbulo o recibidor.

En el acceso de la casa, la piel se ha vuelto un espacio de transición. En el interior, después de pasar por el vestíbulo y ser sometido a un conductismo (por la disposición de los muros) hacia la sala de la casa, un muro doble a mano derecha que acompaña el recorrido, ha sido perforado de manera oblicua (viendo el espacio en planta) simulando un embudo, que hacia el exterior es más abierto para recibir la abundante luz de las mañanas, filtrarla y dejarla entrar a este espacio por unas pequeñas bocas verticales, a manera de las luces que se filtran por una celosía. Este efecto se repite en la planta alta, en el corredor de las habitaciones.

Tanto en el espacio de sala como en el de la habitación principal, que se corresponden uno sobre el otro en planta baja y planta alta, el muro que alberga las chimeneas, se ensancha de tal manera que logra una profundidad superior a un metro. Ahí la piel de ladrillo y aplanado, en conjunción con la madera, permite que se generen un nicho al parecer para el televisor y una ventana profunda; ventana que enmarca un pequeño patio exterior y que posee tal profundidad que de repente hace imaginar que se está dentro de una fortaleza de muros gruesos como los de las construcciones coloniales hechas de adobe, donde el alma humana parece sentirse más segura.

Al costado norponiente de la sala, la piel se interrumpe para dejar que el habitante pueda pasar a otro espacio, donde se ha proyectado una pila de agua, delineada por una circunferencia que está inmersa dentro de un cuadrado. En ese espacio, mirando hacia el sur, la piel siendo más de madera que de ladrillo y cemento se convierte en una celosía, que viéndola en planta está dispuesta de una manera oblicua para permitir que en las horas más avanzadas de la tarde, el sol visite la intimidad de este recinto llenándolo de reflejos en su contacto con el agua; y los más importante, que esa luz pueda ser conducida hasta lograr un encuentro mágico con el útero de la sala, la chimenea. Con sus últimos rayos de luz naranja el sol enciende la chimenea para que su fuego sea quien caliente el salón en las noches de invierno.

Pero también en las áreas exteriores, los muros han sido moldeados de tal manera que se ha dejado espacio para los pequeños rincones de la fe. En la transición entre el patio oriental y el patio norte, justo al lado de la puerta de comunicación de estos espacios, y con un dominio visual que puede ser captado desde el espacio del comedor que antecede a la alberca, Barragán ha destinado un lugar para que el alma se libere; un pequeño nicho que alberga una luz que se materializa de forma indirecta, como en el vestíbulo de su casa en Tacubaya; una luz que puede iluminar, posiblemente, alguna imagen que le recuerde al habitante que existe alguien superior a él.

Volviendo al interior de la casa, ahora en las habitaciones de la planta alta, la piel con ayuda del arquitecto ha decidido convertirse en algunas ventanas que se perciben profundas desde el interior; y también en celosías de madera, un poco menos profundas, que se disponen con gran ansia para recibir los rayos del sol poniente. Una vez más, la Alhambra vuelve a tener resonancia en la obra de Barragán; materializada en una celosía con orificios verticales como uno de los tantos muros con motivos calados que reciben el sol de las tardes en Granada, España.

En las esquinas de las cuatro habitaciones, la piel ha dado paso a unas perforaciones de distintas dimensiones; pero que algo tienen en común, las cuatro parten de una altura, desde el piso, un poco superior a un metro con veinte centímetros; al parecer para que al leer sentado frente a una mesa y frente a la ventana, la luz llegue al habitante desde arriba y lo ilumine. O también para poder arrodillarse y dirigir su mirada al cielo, cuando decida hacer alguna oración de fe.

En la planta baja el arquitecto ha sugerido la misma intensión; pero ahora el habitante puede estar de pie ya que las ventanas del costado poniente de la casa: cocina, comedor y la sala, han sido puestas a una altura superior, a un metro con noventa centímetros, para que el habitante, desde el interior de estos espacios conduzca su mirada sin temor hacia el cielo. De esta manera, se reitera una vez más, que la piel de la Casa Caballero se convierte en una frontera entre el ser humano y el universo.

La piel de esta casa es cómplice de la luz. En algunos espacios el arquitecto ha decidido que la luz debe llegar al habitante desde mucho más arriba de su plano visual. Por ejemplo, para iluminar el vestíbulo de acceso, el techo que está a una doble altura ha sido fracturado para dar cabida a una ventana que permite la entrada del sol de la mañana, dejando que sus rayos choquen contra la superficie de un muro de la fachada e iluminen el espacio de forma indirecta, con una luz uniforme.

De manera similar se ilumina el espacio de la alberca. El arquitecto ha dispuesto que el cerramiento superior, de la parte más profunda de este estanque, se eleve a una altura mayor (siete metros) para que una ventana permita la entrada de luz constante y de algunos rayos del sol poniente que llenen de magia y reflejos al imponente muro de más de seis metros de altura que contiene este espacio. Un efecto similar al de la Casa Giraldi, pero ampliado en escala

Lo más importante de la maleabilidad de la piel de la Casa Caballero, es que es contundente en su manera de generar un diálogo entre el habitante y el universo (no simplemente el contexto). Barragán moldea esta piel dejando que esté cerrada, invitándola a ser permeable o simplemente dejándola desaparecer. Es cerrada cuando tímidamente en la inmensidad de un muro aparece una pequeña ventana, como la ventana vertical de cinco metros de altura y diez centímetros de ancho, que desde el exterior genera un misticismo sobre las actividades que se puedan llevar dentro de este espacio, que en el interior corresponde a una de las esquinas de la alberca.

Esa piel es permeable cuando se convierte en celosía que recibe amorosamente las caricia del sol de la tarde; y finalmente, esa piel desaparece cuando el arquitecto considera que el interior y exterior de la casa deben ser una unidad; esa ausencia de la piel se manifiesta en aquel vano inmenso que relaciona el comedor junto a la alberca con el patio principal; el patio oriental.


Jorge Anibal Manrique Prieto