Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos

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La interpretación en el diseño arquitectónico. Una reflexión.

por: Sarai Ortiz Razo

El hombre es en la medida en que habita.
M. Heidegger

Podemos hablar de la relación estrecha que el ser humano guarda con la arquitectura, de ese vínculo intrínseco e inquebrantable, que es el habitar. Por un lado, hablamos del habitar como verbo que representa una acción, algo que está en movimiento, no es estático; como dice Heidegger, habitar es la acción en la que el ser humano es, está y se relaciona con el mundo[ ]. Por otro lado, como plantea Pallasmaa, la arquitectura tiene este origen ontológico del ser, es decir, pertenece a la naturaleza del ser por el simple hecho de ser, lo que lo ubica dentro del espacio y del tiempo. Esto provoca un sentido de pertenencia o de arraigo al lugar, no solo hacia lo que nos rodea, al exterior; sino también hacia el interior, es decir, se ubica en nuestra mente volviéndose una extensión de nuestro ser[ ].

            De la concepción primigenia del habitar del ser humano o del arraigo que nos ubica en un lugar y los ideales específicos que nos dan identidad, surgen conceptos que nos relacionan con la arquitectura. Tal es el caso del concepto de hogar[ ], el cual tiene la esencia de nuestro ser, es decir, nuestros sueños, anhelos, miedos, hábitos y rutinas. El hogar no solo nos alberga, sino también nos identifica.

            Pareciera que el hogar es cuestión de poesía, cine o de pintura, más que de arquitectura, porque se encargan de traer a la realidad la esencia del hogar con sus representaciones, buscando evocar sentimientos; y los arquitectos, por otro lado, nos olvidamos del acto de habitar, ofreciendo “objetos arquitectónicos”, que tal vez respondan más a requerimientos económico o visuales, que a las necesidades físicas o del alma que dan identidad. ¿Qué estamos diseñando los arquitectos?

            Parece que en la arquitectura y, por lo tanto, en el diseño arquitectónico, todo está ocurriendo al contrario de la esencia del mismo, lo que tiene apariencia de ser diseño es parte del engaño; dejándose llevar por la imagen y el espectáculo, cumpliendo más con la apariencia que con la morada[ ]. Actualmente pone sus esfuerzos en ser impresionante ante la vista, perdiendo interés en el resto de los sentidos y en la psique del ser humano, tiende a ser exhibicionista. Parece que el diseño arquitectónico, hipnotizado por la economía de la época actual, deja de buscar su objetivo, el habitar, y solo busca el enriquecimiento y el renombre característicos de la época.

            El diseño arquitectónico está siendo protagonista de lo que Debord llama “la sociedad del espectáculo”[ ] de la posmodernidad, es decir, de lo que la sociedad quiere ver. Se presenta en el mundo tratando de impresionar con su imagen y olvidando la esencia del ser, lo que provoca vacío, frustrando la identidad del ser humano. Entonces, la arquitectura se muestra tal y como fue concebida para la sociedad de esta época y provocando perdida de sus raíces.

            Pareciera que cada época tiene capacidad propia de sentir y de pensar, como si se tuviera un espíritu propio, “el espíritu de nuestra época”, por llamarlo de alguna manera; impactando gravemente a las ciudades, que las ha llevado a ser un “objeto” meramente visual, y por la tanto, la arquitectura, siendo parte fundamental de esta, se ha “banalizado”. Una “sociedad banal” requiere de una “arquitectura banal” para productores y consumidores; que, además, son apoyados por la publicidad que los rodea y les hace parecer más de lo que realmente son.

            Tal banalidad o superficialidad de la ciudad se limita simplemente a producir “objetos arquitectónicos”, sin importar tanto la calidad habitable. Podemos decir que existe una arquitectura “light”, en otras palabras, edificios nada más y nada menos que diseñados para entretener nuestra vista, donde los habitantes quieren vivir en edificios con fachadas impresionantes que den imagen de pertenencia a un estatus social y de estar a la vanguardia.

            Tal vez nos hemos olvidado un poco de que el espacio que habitamos lo percibimos a través de todos nuestros sentidos y no solo de la vista, es decir, se percibe a través de la experiencia, y ¿Qué están percibiendo nuestros sentidos de la arquitectura y la ciudad?, ¿De qué manera estamos habitando? Estamos enfatizando que la percepción de la ciudad y la arquitectura, últimamente se ha vuelto más estimulante para la vista que para el resto de nuestros sentidos, sin embargo, no podemos dejar de lado que estas dos son instrumentos metafísicos que nos relacionan con el entorno, nos significan, simbolizan y representan; como decía Merleau-Ponty: “Es espectáculo de alguna cosa siendo, ´espectáculo de nada´, reventando la ´piel de las cosas´ para mostrar cómo las cosas se hacen cosas y el mundo se hace mundo”[ ]. Y, “Mi percepción no es, pues, una suma de datos visuales, táctiles y auditivos; yo percibo de una manera indivisa con mi ser total”[ ].

            La ciudad con su singular movimiento acelerado, también hace que nos olvidemos del contacto íntimo con la misma y de la especificidad del lugar. Simplemente vemos la ciudad, sin experimentarla, como atrapados en una fotografía. Esto quiere decir que, cuando visitamos una ciudad, el lente de la cámara capta la total atención tratando de tomar todas las fotografías posibles olvidando que todo nuestro cuerpo y nuestro ser se encuentra en la ciudad, que también la puede disfrutar a través del resto de nuestros sentidos, para que así, la podamos recordar sin necesidad de recurrir a ver una fotografía.

Esta insistencia de solamente ver, la podemos contemplar con el uso del vidrio espejo en los edificios a través del reflejo, y ¿En dónde queda lo que también es necesario conocer?, o sea, lo que está más allá de lo visible, la profundidad de la ciudad. Una ciudad no solamente puede ser una experiencia visual sino también de nuestro ser completo, “habitamos la ciudad y la ciudad habita en nosotros”[ ].

Por el contrario, la experiencia de la ciudad es más háptica, es decir, pasa más a través de nuestro tacto, que por imágenes visuales. Sin la ayuda del tacto, el ojo, no podría identificar las características del espacio, y entonces, no sería capaz de identificar texturas, temperaturas, formas, etc. Desafortunadamente la manera acelerada de funcionar de la ciudad contemporánea nos ha puesto como en “modo automático” que no nos permite percibir la ciudad. Es como estar sentados frente a la televisión, enfocando la vista en la pantalla, pero el resto de nuestros sentidos se pone como en “stand by”.

Cierto es que, nuestra experiencia de la ciudad y la arquitectura la podemos recordar por sus imágenes visuales, como a través del lente de la cámara; y mejor aún, la podemos recordar en toda su vivacidad trayendo a la memoria sus olores, colores, sonidos, temperatura y demás características. Convirtiéndose en un espacio existencial[ ] que se vive, a diferencia del espacio físico el que únicamente es tangible. El mundo no solo se palpa, sino que también se concibe en la mente y se experimenta. Lo que nos da a entender que la arquitectura en la ciudad es un vínculo entre el mundo y quien lo habita.
La arquitectura nos ofrece experiencias, conocimientos y significados, por lo que no se puede considerar como un simple “objeto”. Los edificios son producto de nuestra imaginación, memoria y de la capacidad de conceptualizar; y testifica de la vida del hombre a través del tiempo y del espacio, “La arquitectura relevante permite experimentarnos a nosotros mismos como seres completamente corpóreos y espirituales”[ ].

Actualmente, el diseño arquitectónico reproduce inconscientemente, como adormecido, espacios para alojar actividades específicas centrando su atención en la función y la forma, olvidando las premisas que dan origen a la construcción[ ] del entorno. Kosik dice, “Las disciplinas especializadas actúan como si estuvieran medio dormidas porque se les escapan las premisas de las que se desprende su actuar”[ ]. La arquitectura es parte esencial de nuestra experiencia como seres humanos, que podría permitir nuestro desarrollo en todos los aspectos, físicos, mental y espiritual.

La reproducción inconsciente de forma y función en el diseño arquitectónico es resultado de la cultura de hoy que no satisface requerimientos sino procura crear nuevas “necesidades”, cambiantes todo el tiempo. Tiene algo elaborado propio para cada persona, para su percepción, vista y gusto. Tan funcional, echo a la medida de en quienes nos hemos convertido. Busca captar la atención de la vista más que la del intelecto, lo que hace más referencia a una experiencia de lo social. “Las indicaciones de nuestro entorno ya no se dirigen entonces a nuestra comprensión sino a nuestra reacción; no se organizan en torno a nuestra posición sino de nuestra intención”[ ].

            El “espíritu de nuestra época” ha sumergido a la arquitectura en el consumismo y la apariencia. Lo que también sucede en nuestra cultura mexicana, donde hemos caído en la subordinación de los grupos de poder económico que dictan la manera en la que “tiene” que ser la arquitectura que habitamos. La arquitectura y el diseño en México han adoptado mascaras de inseguridad en su carácter como disciplinas ante la sociedad, procurando estar a la defensiva para repeler el impacto del mundo o de la época; en otras palabras, se refleja un sinónimo de subordinación en vez de lucha por ideales e identidad propia. Ejemplo de esto es la arquitectura en serie que ha sido impuesta y que no deja reflejar la individualidad de cada habitante.

            La actitud del mexicano reflejada en su arquitectura es producto del “sentimiento de soledad”[ ] llamado así por Octavio Paz, que no se refiere a sentirse solo, ni tampoco inferior, sino a sentirse diferente. Ese ser diferente del resto, es nuestra raíz prehispánica mezclada con la cultura que nos conquistó y hoy en día, también es el diálogo con otras culturas del mundo que nos invaden.

            La producción de lo arquitectónico en México inmerso en la cultura de hoy, no dialoga con lo que nos ofrecen otras culturas, sino que las adopta como una mercancía para atraer nuestra atención y poder comercializarse; y que mejor si tal “mercancía” es ofrecida por el extranjero. Por qué no, en vez de tomar lo que nos ofrece el extranjero íntegramente, mejor retomamos las riquezas de nuestras raíces. A la vez que, tratamos de interpretar lo ofrecido por otras culturas y con esto enriquecemos nuestro diseño arquitectónico. La reflexión es replantear nuestra manera de interpretar el dialogo entre culturas para su aplicación en el diseño arquitectónico. En palabras de Octavio Paz, “En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre”[ ].

            Para tratar de entender el “sentimiento de soledad”, que nos atrevemos a mencionarlo con mucho temor como “sentimiento de inferioridad”, que desafortunadamente se ha arraigado en el subconsciente del mexicano, además de reflejarse en la arquitectura, lo vamos a comparar con una hipertrofia[ ] en el cuerpo que al sobre estimularse está en constante crecimiento hasta que provoca una alteración. La hipertrofia son esas distorsiones o creencias que se van formando a través de la incorrecta enseñanza, que se afianzan en nosotros, van creciendo con el tiempo y finalmente provocan una afectación. Este término es un referente exacto de lo que ha sucedido con nuestra nación durante años, creyendo que tenemos un “nacionalismo” auténtico que nos hace diferentes al resto del mundo, idea que va creciendo desmedidamente. Si tan solo tratáramos de conocer las raíces o culturas que nos han formado como sociedad, cabría la posibilidad de aprender a dialogar con ellas, y entonces sí, reflejar una cultura propia, no copia de otras que surgen fuera de nuestro contexto. “Entendemos por cultura mexicana la cultura universal hecha ´nuestra´, que viva con nosotros, que sea capaz de expresar nuestra alma”[ ].

            La hipertrofia que se produce en la mentalidad del mexicano, también tiene efecto similar en la arquitectura, haciéndonos creer que trayendo las copias fieles de lo que se produce en otros países tenemos identidad, sin embargo, lo único que se recalca es la subordinación ante el mundo o nos atrevemos a decir, el sometimiento de nuestra creatividad.

            Dentro de todo esto, recientemente los mexicanos hemos adquirido una ventaja, nos hemos empezado a dar cuenta de que podemos construir una cultura propia. Con esto la arquitectura “nacional” podría tratar de eliminar cualquier imperfección, defecto o hipertrofia, de nuestro carácter mexicano y llevarla al escenario de la universalidad. No considerando una cultura universal sin raíces en México, pero tampoco un “mexicanismo” pintoresco sin universalidad. Lo cual ayudaría a desarrollar una personalidad acorde al carácter nacional y la universalidad de sus valores.

Más allá de la hipertrofia, los arquitectos mexicanos mostramos pasión al hacer nuestros diseños. Pasión que puede ser proyectada hacía el mundo exterior no hacia nuestra misma sociedad, porque si la proyectamos hacia nosotros mismos se vuelve un mero capricho de competencia que satisface fines propios y caemos en la falta de sentido que nos ha caracterizado durante años. Si la proyectamos hacia el exterior, se vuelve identidad y reconocimiento de nuestra cultura mexicana, se vuelve una fortaleza en vez de una debilidad.

            Un ejemplo claro de identidad nacional y universalidad de nuestros valores es la arquitectura de Luis Barragán. Arquitectura mexicana que trata de entender sus raíces y dialoga con otras culturas. Conjuga espacios de la arquitectura vernácula de las haciendas y conventos del siglo XVI, con el manejo del agua, los jardines y el sentido de privacidad de la arquitectura islámica; además integra la arquitectura funcionalista internacional. Esto lo llevó a ser una influencia en la arquitectura a nivel internacional. Arquitectura con propósito para habitar y relacionar el ser con su entorno, lográndolo a través de la creación de espacios que producen sensaciones, integrando elementos como el agua, los grandes muros, la vegetación, los patios, la provocación de la luz y el color.

            ¿Cómo podríamos, los arquitectos en México, hacer una arquitectura con carácter “nacional”? Arquitectura que además de ser representativa de nuestra nación, privilegie la relación intrínseca del habitar con el ser humano. Podría ser a través de la reflexión acerca del arte de la interpretación en la arquitectura, Beuchot dice, “No hay escuelas de sabiduría o de prudencia, pero sí de interpretación”[ ]. Entendiendo que la interpretación se puede aprehender con la práctica, y así, practicaremos interpretando la arquitectura desde el proceso de diseño lo que nos dará posibilidades.

            El diseño como una de las actividades principales de la arquitectura y donde el arquitecto como actor principal participa en la búsqueda de posibles soluciones al proyecto, puede echar mano de la interpretación analógica[ ], tomando un papel primordial desde la interpretación de la demanda productiva a términos de diseño arquitectónico, su materialización y hasta la apropiación del espacio edificado por el habitante.

            En el diseño arquitectónico la interpretación analógica tiene lugar en la búsqueda de ejemplos que nos apoyen al momento de diseñar, y la podemos entender como aquella que identifica las diferencias entre similares, que permite interpretar todo tipo de proyectos desde lo metafórico, lo histórico, lo psicológico, lo personal, lo artístico, etc.; ayudándonos a retomar los elementos que convengan al nuevo diseño sin llegar a “copiar”. Retoma los elementos que enriquezcan el proyecto, le proporcionen identidad propia y enfaticen sus diferencias entre los demás proyectos. Con la intención de que cuando el habitante realice la interpretación del espacio, se relacione con este, se identifique, se apropie y lo haga suyo.

            Incitamos a que los arquitectos podemos tratar de concientizar qué representa el habitar, y si lo aprehendemos nosotros primero, podremos proponer propuestas que recreen el dialogo entre el habitante, su espacio construido, y la universalidad. Tal concientización de la interpretación del habitar nos abrirá el panorama a la gran variedad de posibilidades que se reafirmaran al momento de la construcción[ ] del espacio.
       
            Hay que tratar de ser arquitectos conscientes de nuestro quehacer, y no trabajar de manera empírica, es decir, haciendo proyectos fuera de contexto y de toda intencionalidad del habitar, solo por privilegiar cierto factor predominante como pudiera ser el económico; tampoco trabajar de manera ideal, creyendo que lo que se propone es “perfecto” por su apariencia olvidada de toda intencionalidad y tampoco caer en el extremo del trabajo liminal, participando inconscientemente, sin reconocer ninguna característica propia del proyecto. 

            La interpretación en el diseño arquitectónico, es un hecho que podemos practicar para poder llegar a ser “prudentes” con las propuestas proyectuales, es decir, proponer propuestas para cada tipo de habitante dentro de su contexto, tiempo y cultura. Imprimirle al diseño arquitectónico una “intencionalidad del habitar”[ ], para que cuando se tenga la síntesis del diseño arquitectónico o lo edificado, el habitante descifre las “sutilezas” o, en otras palabras, el contenido significativo que le dio el arquitecto y le pueda impregnar su propio significado.

            En resumen y tratando de ofrecer una propuesta que enriquezca la interpretación del proyecto arquitectónico, primero hay que tratar de interpretar el ser de la humanidad y su relación con el entorno, lo ontológico; considerando el conjunto de costumbres y normas de comportamiento humano, lo ético; el modo particular de entender el arte o la belleza de cada quien, lo artístico; y también tratar de interpretar la relación con la cultura, la universalidad, la percepción de los sentidos, lo simbólico, lo religioso, la intencionalidad, y específicamente, la particularidad de cada habitante que nos hace diferenciarnos los unos de los otros, esto es, las sutilezas del proyecto. Es una aproximación a tratar de entender a través del dialogo entre el arquitecto, el habitante y su contexto.

            Si logramos interpretar cada demanda productiva, el diseño arquitectónico, aún en esta época posmoderna donde parece que todo obedece a la economía y al poder llevando a la arquitectura a su expresión visual de apariencia escenográfica y que privilegia a esta sociedad del espectáculo, podremos hacer una arquitectura “humana” por llamarla de alguna manera, que responda a nuestro requerimiento de habitabilidad, expresión, identidad social, y porque no, tratando de volver a direccionar el camino de la cultura del espectáculo.
           

Sarai Ortiz Razo correo
Ciudad Universitaria, Ciudad de México, 30 de octubre de 2019

Fuentes

Bauman, Zygmunt. La cultura en el mundo de la modernidad líquida. España: Fondo de Cultura Económica de España, 2013.
Beuchot, Mauricio. Perfiles esenciales de la hermenéutica. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica/UNAM, 2008.
Debord, Guy. La sociedad del espectáculo. Traducido por José Luis Pardo. Valencia: Pre-Textos, 2003.
Heidegger, Martin. Construir, morar, pensar. Traducción Samuel Ramos. Coloquio sobre arquitectura en Darmstadt.
Holloway, John. Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución de hoy. Venezuela: Editorial Melvin, C.A., 2005.
Kosik, Karel. Reflexiones antediluvianas. Traducido por Fernando De Valenzuela. México: Editorial Itaca, 2012.
Merleau-Ponty, Maurice.

  • "El cine y la nueva psicología", en sentido y sin sentido. Barcelona: Ediciones Península, 1977.
  • Los ojos y el espíritu. Barcelona: Paidós, 1985.

Pallasmaa, Juhani. Habitar. Barcelona: Gustavo Gili, 2016.
Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. México: Fondo de Cultura Económica, 2016.
Ramos, Samuel. El perfil del hombre y la cultura en México. Sexta. México: Colección Austral, 1976.
Rubert de Ventós, Xavier. Crítica de la modernidad. Barcelona: Anagrama, 1998.
Saldarriaga Roa, Alberto. La arquitectura como experiencia: espacio cuerpo y sensibilidad. Bogotá: Villegas Editores, 2002.
Vargas Llosa, Mario. La civilización del espectáculo. Primera. México: Debolsillo,

Notas


Heidegger, Martin. Construir, morar, pensar. Traducción Samuel Ramos. Coloquio sobre arquitectura en Darmstadt.

Pallasmaa, Juhani. Habitar. Barcelona: Gustavo Gili, 2016.

Ibídem.

Refiriéndose al concepto de habitar o morar de Martin Heidegger.

Debord, Guy. La sociedad del espectáculo. Traducido por José Luis Pardo. Valencia: Pre-Textos, 2003.

Merleau-Ponty, Maurice. Los ojos y el espíritu. Barcelona: Paidós, 1985.

Merleau-Ponty, Maurice. "El cine y la nueva psicología", en sentido y sin sentido. Barcelona: Ediciones Península, 1977. pp. 91

Pallasmaa, op. cit. pp. 49

Pallasmaa, op. cit. pp. 51

Pallasmaa, op. cit. pp. 123

Hace referencia el concepto de construir como morar dado por Heidegger. Heidegger, Martin. “Construir, morar, pensar”. Traducción Samuel Ramos. Coloquio sobre arquitectura en Darmstadt.

Kosik, Karel. Reflexiones antediluvianas. Traducido por Fernando De Valenzuela. México: Editorial Itaca, 2012. pp. 54

Rubert de Ventós, Xavier. Crítica de la modernidad. Barcelona: Anagrama, 1998. pp. 14

Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. México: Fondo de Cultura Económica, 2016. pp. 22

Paz, op. cit. pp. 31.

La hipertrofia es un término que se utiliza para designar un aumento de volumen de un elemento del organismo. Puede afectar a cualquier parte del cuerpo: un órgano, un tejido, una célula o un músculo. Puede ser ocasionada por una sobre estimulación de cierta parte del cuerpo, como en el caso de la hipertrofia muscular. Fuente: Hipertrofia – Definición, http://salud.ccm.net/faq/ (Consultado en mayo 2018).

Ramos, Samuel. El perfil del hombre y la cultura en México. Sexta. México: Colección Austral, 1976. pp. 95

Beuchot, Mauricio. Perfiles esenciales de la hermenéutica. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica/UNAM, 2008. pp. 47

Término utilizado por Muricio Beuchot en el libro “Perfiles esenciales de la hermenéutica”. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica/UNAM, 2008.

No entendida como edificación sino como la apropiación del espacio.

Entendida como el lugar o espacio donde el ser humano desarrolla su actividad de habitar y se apropia de este.