Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.

 

La urbanización del diseño arquitectónico

Por: Viviana Catalina Benítez Jiménez



Muchos de nosotros no decidimos vivir en la ciudad, simplemente al vernos arrojados a esa realidad dada, nos encontramos con todo un sistema construido, “ordenado” y vivo. Quizá para aquellos quienes la ciudad misma, con sus ritmos y movimientos, conforma la “cosa” más obvia de su existencia, resulte difícil visualizar la complejidad que se esconde detrás de sus aspectos cotidianos.
            Podríamos preguntarnos cuál es la mejor manera de acercarnos a explicar el fenómeno de la ciudad, sin embargo, al no tratarse de algo fijo ni estable, no puede abordarse desde cualquier ámbito, pretendiendo llegar a dibujar el mismo objeto. Por el contrario, cada punto de partida elegido llevará a reconstruir algo completamente diferente. Bajo esta perspectiva, optaremos aquí por compartir la opinión de Steven Johnson:
“Puede que el espacio metropolitano sea retratado habitualmente bajo la forma de líneas ascendentes sobre el horizonte, pero la magia de la vida de la ciudad viene desde abajo.”
Un día cualquiera, imaginemos que entre semana, temprano por la mañana una calle cualquiera comienza a llenarse de presencias; las aceras sentirán los mismos pasos que el día anterior, las cortinas de los comercios subirán a la misma hora, las miradas y las palabras que ayer se cruzaron, hoy volverán a hacerlo. Entre límites, umbrales y fronteras, hay presencias que transitan el espacio, otras que lo recorren, y unas más –menos en realidad– que lo habitan.
Al compartir un espacio, más allá de la casa propia, ya sea la calle, el transporte, el parque, la tienda, la estación; y ya sea un instante, unos minutos, unas horas; una vez en la vida, una vez al mes, diariamente; podemos preguntarnos, ¿qué es lo que tenemos en común, aquellos que vivimos en la ciudad, si es que lo tenemos? ¿qué compartimos? ¿qué nos unifica o nos hace diferentes? Cabrían aquí innumerables explicaciones sociales, económicas, políticas, antropológicas, psicológicas, etcétera; y ninguna de ellas estaría equivocada. Sin embargo, el cristal por el cual nos planteamos estos cuestionamientos, que es el del Diseño Arquitectónico, no nos permite vislumbrar con claridad aquello que desde otras disciplinas puede desdibujarse.
Dejemos de lado la cuestión de la identidad, por ejemplo, que merece un amplio espectro de estudio, pues parece trastocar cada uno de los aspectos del ser humano, incluyendo su espacio urbano-arquitectónico; y apoyémonos mejor en lo que nuestra condición actual, es decir una mentalidad de arquitecto –con todos los vacíos de la pragmática formación académica– en busca de un “claro del bosque”, puede asir.
Transitando la ciudad
La ciudad, por su raíz etimológica, nos remite a una cuestión de orden; pues en realidad deriva de “ciudadanía”, que es la condición que se otorga al individuo de ser miembro de una comunidad organizada, lo cual implicará un conjunto de derechos y deberes por los que está sujeto en su relación con la sociedad en que vive. De esta manera, el término ciudad, en primera instancia, esconde una homogenización de la diversidad tras la bandera de un orden preestablecido. Así, la envestidura de ciudadano incluye la de transeúnte, ¿por qué decimos esto?
            En los tiempos que corren, el mandato es producir. Incluso no nos ponemos de acuerdo para definir nuestra realidad actual, algunos la engloban como la metrópolis de los individuos, otros se refieren a ella como la sociedad del espectáculo, la civilización del consumo, la era de la información, el tiempo de las tribus, la modernidad líquida o incluso, hay quienes afirman que nunca fuimos modernos. Ya la historia se encargará de nombrarnos. No obstante, lo cierto es que ahora más que nunca, la meta es “producir para vender. Hacer y vender. Consumir y obligar a consumir”. De esta manera, siendo ciudadanos, estamos sujetos a “subirnos a la rueda”, a formar parte de un sistema que nos sobrepasa. Pero dijimos que no se pretende ser impertinente tratando de deshierbar un terreno peligroso, y aquél que corresponde al sistema político-económico, es casi un campo minado. De esta manera, lo que sí podemos abordar es el fenómeno que se nos presenta ante los ojos.
Cada una de las personas que viven en la ciudad posee una rutina –inmersa en el sistema productivo–, es decir una vida cotidiana. Ésta ha de adquirir forma y sustancia en gran medida por las actividades necesarias llevadas a cabo con regularidad, que a su vez implican una situación espacio-temporal. A dichas actividades, Jean Gehl las define como aquéllas que poseen un carácter de obligatoriedad, que se realizan durante todo el año, en casi toda clase de condiciones y son más o menos independientes del entorno externo. Las personas no tienen elección. Entre ellas se encuentran las tareas domésticas, laborales o académicas, así como los desplazamientos en el espacio público.
            De esta manera, la experiencia diaria en la ciudad se reduce a los tránsitos, es decir, ir de un lado a otro, atravesar el espacio, romper la barrera de la distancia. Lo cual ha de implicar reducir los trayectos a unos puntos unidos por el desplazamiento cotidiano, sin tener conocimiento o interés alguno por lo que media entre los extremos. Aunque el espacio público sea compartido y partícipe de éstos, los tránsitos del ciudadano se experimentan en condiciones diversas y de manera particular. Por un lado, esta característica se potencializa en los desplazamientos en vehículos motorizados, ya sea transporte público o automóvil particular, pues ambos presentan la “reducción experiencial del espacio recorrido a un transecto que une el lugar de partida con el de llegada” –sin mencionar cuestiones como el disconfort, la proxémica o el estrés implicados–. Asimismo, el desplazamiento en metro, aunque pareciera que anula casi en su totalidad el espacio entre dos puntos (hablando del trayecto subterráneo), posee todavía algo de “magia”: más allá del símbolo que representa para la ciudad, por el hecho de poder descender y entrar en otra dimensión para luego surgir casi instantáneamente en un lugar remoto. Pero este es otro asunto.
            Ahora abordemos aquello que nos inspira un mayor interés: el “acto de caminar”. Dentro de la línea llevada hasta este momento, podemos decir que el caminante, bajo su traje de ciudadano, no recorre, ni mucho menos habita el espacio urbano, únicamente lo transita a pie. Volviendo al ejemplo de la calle, el transeúnte que participa en la red de presencias de ese día cualquiera, no repara en las otras presencias –que son más que sólo personas–, su experiencia se reduce a la prisa, a la ausencia de pensamiento ante lo visto, escuchado, olido y tocado. Su desplazamiento cotidiano le parece reiterativo, un símil del día anterior, salvo alguna problemática que pueda entorpecer su andar autómata.
            De esta manera, el acto de “transitar la ciudad” se encuentra en el nivel más superficial al que puede ser llevada la experiencia diaria, Lindón diría que se trata de una pérdida de sensibilidad espacial, al instaurarse la miseria de la vida cotidiana.
Recorriendo la urbe
Aparentemente, podemos emplear el término ciudad y urbe como sinónimos; éste último significa el primero. Habiendo mencionado ya el aspecto de orden que guarda la ciudad, como concepto, podemos plantear las diferencias entre ellos que se tomarán en cuenta. Henri Lefevre ya había distinguido ambas acepciones, considerando que la ciudad depende de relaciones de inmediatez o vinculaciones directas entre las personas o grupos que conforman la sociedad; implicando un orden próximo (grupos más o menos extensos y organizados) y un orden lejano (regulado por grandes y poderosas instituciones). Así, siendo una mediación, la ciudad contiene el orden próximo, manteniendo sus relaciones de producción y propiedad y siendo lugar de su reproducción; y es contenida en el orden lejano, encarnándolo y proyectándolo sobre el terreno.
            En este sentido, la ciudad sería la realidad presente, inmediata, el dato sensible o tangible, arquitectónico: la morfología material, que a su vez refleja ambos niveles de orden. A diferencia de la urbe (o lo urbano) planteado como la realidad social, compuesta por relaciones a concebir, construir o reconstruir por el pensamiento; sin embargo lo urbano no es un alma, un espíritu o una entidad filosófica, contrario a ello, no puede prescindir de una morfología. Podríamos decir que la ciudad es el fenómeno, la “pseudo-concreción” de la realidad, y lo urbano es su esencia, su realidad concreta –que contiene los estratos más profundos de las relaciones humanas.
            Aunado a lo anterior, no es lo mismo transitar que recorrer. Éste último implica en un sentido, atravesar un espacio en toda su extensión, y en otro, registrar, mirar con cautela, andando de una parte a otra para averiguar lo que se desea saber. Por lo que parecería que es imposible recorrer nuestro espacio urbano. Sin embargo es necesario considerar una dimensión diferente a la objetiva para comprender lo que se desea plantear al respecto.
            Difícilmente sería posible recorrer –a modo de aprehender– el espacio urbano en toda su extensión y profundidad, si no lo es a través del acto de caminar. Nuevamente sobre la calle, entre la multiplicidad de esas presencias animadas –todas vivas aunque no todas personas–, aparece una en particular. Ésta camina sin prisa, prestando atención a todo lo que sus sentidos le dibujan en la mente, mira, calla y contempla. Además de recordar, imaginar y reconstruir las pequeñas variaciones que tiñen de un nuevo tono su jornada: ya sea una cara desconocida, un risa sonora, una mirada inquietante, una alfombra de flores que anuncia un cambio de estación, el peculiar olor a pan recién horneado, o la simpática formación de cánidos en proceso de adiestramiento.
            La experiencia de este segundo personaje resulta diferente en modo abismal al transeúnte, no obstante parecería que si éste no es un escritor, un poeta, un filósofo o un artista, sería un personaje ficticio o idealizado. Podría argumentarse que nuestra realidad urbana no se muestra amable para dilucidar su poesía, o que la prisa que rige la vida cotidiana no nos permitiría quitarnos la envestidura de ciudadano para convertirnos en habitantes. Aunque siendo optimistas, también podría pensarse que es una cuestión de voluntad, de “querer ver”. Recorrer el espacio urbano implica una apertura, en la cual se deja entrar esa realidad concreta que esconde la ciudad, pero que es necesario desocultar.
            Sin embargo se ha de mantener aquí, la postura de que es injusto pedir a los ocupantes de nuestra ciudad actual, de nuestros espacios arquitectónicos, que lleven en su espalda toda la responsabilidad de aprender a recorrer y más aún, a habitar la urbe.
Para urbanizar el diseño arquitectónico
Cabría preguntarse ¿qué papel juega la arquitectura, o mejor dicho el diseño, dentro de este planteamiento? y ¿de qué manera puede primero, entenderse, y luego abordarse? La “vida entre los edificios” es una idea que nos puede servir de base, pues las relaciones humanas, sus interacciones, sus actividades, sus emociones, que se despliegan en el espacio (urbano-arquitectónico) son más importantes y más interesantes de observar “que cualquier combinación de hormigón coloreado y formas edificatorias impactantes”. Nuestra disciplina abarca todo el espectro de las actividades humanas –necesarias, opcionales y sociales– que se combinan para hacer que los espacios comunitarios de las ciudades sean significativos. No obstante, las actividades sociales y su entrelazamiento para formar un tejido comunitario no han recibido la atención suficiente, por lo que los arquitectos y urbanistas deberíamos prestar especial atención a éstas.
Las aceras no son importantes porque aporten una alternativa sensata desde el punto de vista ambiental, ni porque caminar sea más saludable que conducir, ni porque las zonas peatonales tengan un sabor “agradablemente anticuado”; sino porque son el conductor primario para el flujo de información entre los residentes de la ciudad. Las aceras, menciona Johnson, proporcionan el tipo y la cantidad correcta de interacciones locales, son las uniones intercelulares de la vida de la ciudad. ¿Es posible diseñar entonces para la interacción en lugar de diseñar para el tránsito?
El autor de La humanización del espacio urbano a su vezmenciona que, si las condiciones lo propician, es posible pasear de vez en cuando, dar un rodeo por una calle principal de camino a casa o detenernos en un lugar acogedor para estar un rato con otras personas; es decir, no sólo transitar la ciudad. La posibilidad de encontrarse con gente, a menudo en relación con las idas y venidas cotidianas, supone una gran oportunidad de establecer relaciones de manera tranquila y cómoda; y mantenerlas.
Sin embargo nuestra realidad urbana actual es harto diferente. La calle y la plaza, lugares que por su esencia están dedicados a la relación, el contacto, la estancia y el encuentro entre la gente, parecen haber olvidado lo humano, lo ciudadano y lo público; pues estos espacios ahora son protagonizados por el transporte, que avasalla, degrada y los convierte en “simples vías de paso, en superficies de aparcamiento de vehículos.” Inmersos en ese sistema de producción al que ya nos hemos referido, seguimos diseñando nuestro espacio urbano-arquitectónico para el automóvil.
Asimismo, el “diseño arquitectónico propagandista” lo encontramos desplegado en la superficie de nuestra ciudad. Se trata de aquél que actúa de arriba para abajo, ignorando el lenguaje vivo de la comunidad y diseminando las concepciones de los estratos “privilegiados” que tienen el poder. Lo vemos desde el bombardeo mediático que invade nuestro espacio público: espectaculares sobre las vialidades, en las estaciones de transporte público, las paradas de autobuses, los autobuses mismos, y las aceras. Plagando los trayectos cotidianos de mensajes explícitos que normalizan el consumo desmedido, disfrazando los lujos de necesidades, los malos hábitos de comodidades, y no obstante, reforzando un imaginario colectivo machista, indiferente y desensibilizado. La ciudad misma, con su lenguaje materializado, refuerza la segregación económica y la mixofobia; hablamos por ejemplo de los fraccionamientos residenciales que se apropian de las calles, de la privatización de la vía pública con los parquímetros, de las banquetas que se vuelven rampas por el privilegio del automóvil, etc. Diseñar de esta manera es ignorar el lenguaje vivo de la comunidad.
El autor de Tiempos líquidos menciona que los arquitectos y urbanistas podemos contribuir a favorecer el crecimiento de la mixofilia y minimizar las ocasiones que propicien la mixofobia ante los desafíos de la vida urbana. Sin embargo lo que hacen es favorecer el efecto contrario. La homogeneidad social del espacio, acentuada por la segregación espacial, reduce la tolerancia a la diferencia en los habitantes de las ciudades, multiplicando las reacciones mixofóbicas.

El Diseño Arquitectónico como posibilidad
Sea cual fuere la historia de las ciudades, se ha mantenido una característica constante: “las ciudades son espacios donde los extraños viven y conviven en estrecha proximidad”. Por lo que esta condición es un modus vivendi de los residentes de las ciudades, quienes cada día habrán de experimentar y poner a prueba para que ésta “convivencia con extraños” sea más llevadera. Aunque sea algo inevitable, puede elegirse la manera en que se lleve a cabo, a diario existe una suerte de elección, ya sea de abajo para arriba (como transeúntes o habitantes) o viceversa (desde la morfología de la ciudad o la urbe). El Diseño Arquitectónico, al operar dentro del orden lejano, tiene la oportunidad de actuar desde arriba.
Si tomamos como cierta la premisa de que el paisaje urbano alberga patrones de conducta humana y toma de decisiones que han sido inscritos en la textura de los edificios de la ciudad –retroalimentando a sus habitantes y alterando sus decisiones futuras–, podríamos entender el estatus quo de nuestra actualidad; dado que se sigue diseñando para el tránsito, privilegiando el transporte motorizado y retroalimentando la disolución comunitaria. Siendo como una máquina de amplificar patrones, los barrios de la urbe encarnan la medida y expresión de la conducta grupal y comparten la información con el grupo. Dada la retroalimentación por los patrones hacia la comunidad, pequeños cambios de conducta pueden convertirse en movimientos mayores.
Así, al ser posibilidad, el Diseño Arquitectónico no hace, pero hace que se pueda hacer. Una de estas posibilidades se encuentra en potencia con respecto a las actividades sociales, las cuales dependen de la presencia de otras personas; incluyen los saludos, conversaciones, actividades comunitarias y contactos de carácter pasivo (como ver y oír a otras personas). Éstas se producen de manera espontánea y como consecuencia de la deambulación y presencia de gente que comparte el espacio. Jan Gehl nos dice que los arquitectos y urbanistas podemos influir en las posibilidades de encontrar, ver y oír a la gente, a través de posibilidades que lleguen a ser importantes como telón de fondo y punto de partida de otras formas de contacto. De esta manera, “la presencia de otras personas, de actividades y acontecimientos, de inspiración y estímulos, supone una de las cualidades más importantes de los espacios públicos”.
Nuestro hacer, como diseñadores, engendra una rotación cíclica, que es participación y ritmo. Es participación porque encarna una constante recreación, el espacio urbano (también formado por la suma de decisiones individuales, es decir, diseños particulares) es un pasado y un presente que no son lo que fue o lo que está siendo, sino lo que se está gestando. Así, tanto el diseñar o hacer ciudad, como el habitar, son dos momentos de una misma realidad. Es ritmo, no por ser la intermitencia entre contrarios, sino por desplegar la totalidad misma: dia y noche, ausencia y presencia, luz y sombra, alegría y nostalgia. Formando parte de la vida cotidiana de sus habitantes, de esa suma de instantes –tiempo vivo, susceptible de repetirse, re-engendrarse e iluminar nuevas experiencias.
Al igual que lo anunciaron los ataques de Baudelaire, el desdén de Mallarmé y las críticas de Poe, el mundo que nos ha tocado vivir ha sido siempre abominable. Pero no basta con condenar el mundo, al no poder escapar de él, su negación y su condena son maneras de vivirlo sin trascenderlo, de padecerlo pasivamente. Por lo que el diseñador que no resista, que no defienda el propio territorio, que no funde sitios donde las reglas no sean comprar y vender, sino otras; y que no libre una lucha contra la naturaleza del vocabulario arquitectónico, que no trascienda sus límites materiales y espaciales, y que no busque hacer del Diseño Arquitectónico y por ende, del espacio urbano, un poema, se quedará inevitablemente en la mediocridad del hacer profesional –no hará más que transitar su existencia–.
De la misma manera, la vida cotidiana puede verse como repetición o como ritmo; como reiteración o como eterno retorno. Y la rutina como consigna o como oportunidad, como yugo o como posibilidad. Así, haciendo lo nuestro como arquitectos, también nos corresponde hacer lo propio como habitantes. Experimentar la “otredad”. Asombrarnos con lo cotidiano.
“Todos los días cruzamos la misma calle o el mismo jardín; todas las tardes nuestros ojos tropiezan con el mismo muro rojizo, hecho de ladrillo y tiempo urbano. De pronto, un día cualquiera, la calle da a otro mundo, el jardín acaba de nacer, el muro fatigado se cubre de signos (…)”
Nuestra circunstancia original, que es carencia de ser pero también conquista del ser, es decir, posibilidad, es en lo que radica nuestra libertad. Así, todo nuestro actuar, tanto como profesionistas, académicos, habitantes, y más que nada como seres humanos, es en realidad una oportunidad, ya sea para bien o para mal, de hacer algo con el tiempo que tenemos. Aquello que nos compete será siempre un “texto a medio escribir”, por lo que no resultaría descabellado intentar brindarle un buen comienzo.

Ciudad de México, mayo 2017.

Viviana Catalina Benítez Jiménez


vicabeji@gmail.com

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ÁBALOS, I. La buena vida. Gustavo Gili, Barcelona, 2000
BAUMAN, Z. Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre, (traducción al castellano por Carmen Corral Santos), Tusquets, México, 2007
GEHL, J. La humanización del espacio urbano. La vida social entre los edificios. Trad. María Teresa Valcarce. Reverté, Barcelona, 2006
JOHNSON, S. Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software. Fondo de Cultura Económica, México, 2003
KOSIK, K, Reflexiones antediluvianas, (traducción al castellano por Fernando de Valenzuela), Itaca, México,  2012
LATOUR, B. Reensamblar lo social. Una introducción a la teoría del actor-red. Manantial, Buenos Aires, 2008
LEFEBVRE, H. El derecho a la ciudad. Península, Barcelona, 1978
LINDÓN, A. “El habitar la ciudad, las redes topológicas del urbanita y la figura del transeúnte” en Identidad y espacio público. Ampliando ámbitos y prácticas, México, Gedisa
MONTES, G. La frontera indómita. Fondo de Cultura Económica, México, 1999
PAZ, O. El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica, México, 1972


REFERENCIAS ELECTRÓNICAS

Diccionario etimológico de Chile. Recuperado el 10 mayo 2017 en: http://etimologias.dechile.net
Diccionario de la Real Academia Española. Recuperado el 10 mayo 2017 en: http://dle.rae.es/?id=VV8nBVl

NOTAS


Bruno Latour menciona que la sociología tradicional opera con la premisa de que la elección de un punto de partida no es crucial dado que el mundo social ya existe. Si se destaca las “clases”, los “individuos”, las “naciones”, las “trayectorias de vida”, los “roles sociales” las “organizaciones” o las “redes sociales”, siempre habrán de encontrarse al final, dado que “son maneras arbitrarias de dibujar la misma bestia”. Para la TAR (la teoría del actor-red, o los sociólogos de las asociaciones) es necesario recorrer las huellas a través de los cambios sutiles producidos al conectar recursos no sociales. De esta manera, cada punto de partida llevará a dibujar un animal completamente diferente respecto de los otros. Latour, Bruno. Reensamblar lo social. Una introducción a la teoría del actor-red. Manantial, Buenos Aires, 2008, p.59

Johnson, Steven. Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software. Fondo de Cultura Económica, México, 2003, p.84

“Significado de Ciudadanía”, en Significados. Recuperado el 10 mayo 2017 en: https://www.significados.com/ciudadania/ Apoyándonos en otra definición: La palabra ciudad viene del latín civitas, que era como los romanos llamaban a la ciudadanía romana. Esta palabra está formada con el sufijo –tat (-dad= cualidad, como afinidad, dignidad, serenidad) sobre la palabra civis (ciudadano). Los ciudadanos (cives) se diferenciaban de otros hombres libres (peregrini, o extranjeros) pues tenían ciertos derechos y obligaciones. Las palabras civitas y cives vienen de una raíz indoeuropea que significa –inclinar y en otro sentido “echar raíces”. “Ciudad” en Diccionario etimológico de Chile. Recuperado el 10 mayo 2017 en: http://etimologias.dechile.net/?ciudad

Algunos de los autores que se han referido de esta manera son: Alain Bourdin, Guy Debord, Michel Maffesoli, Zigmunt Bauman y Bruno Latour.

Montes, Graciela. La frontera indómita. Fondo de Cultura Económica, México, 1999, pp-98-99

Gehl, Jan. La humanización del espacio urbano. La vida social entre los edificios. Trad. María Teresa Valcarce. Reverté, Barcelona, 2006, p.17

El verbo transitar viene del latín transitare, frecuentativo formado a partir del nombre de acción transitus (tránsito) del verbo transire (ir de un lado a otro, atravesar) compuesto por –trans (de un lado a otro) y el verbo ire (ir). “Transitar” en Diccionario etimológico de Chile. Recuperado el 10 mayo 2017 en: http://etimologias.dechile.net/?transitar

Lindón, Alicia, “El habitar la ciudad, las redes topológicas del urbanita y la figura del transeúnte” en Identidad y espacio público. Ampliando ámbitos y prácticas, México, Gedisa, p.71

Aquellos cuyos trayectos cotidianos son acompañados indubitablemente por sus automóviles, se mantienen “fuera” de la vida de la ciudad, pues la encuentran desagradable, desconcertante, amenazadora por su caos y dureza, recluyéndose dentro de su “oasis de calma y seguridad”. Bauman, Zigmunt. Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre, Trad. Carmen Corral Santos. Tusquets, México, 2008, p.110

Lindón, Alicia, Op.cit., p.71

Ibídem, p.74

La palabra urbe viene del latín “urbs, urbis”, ciudad. La “Urbs” preferentemente era Roma, pero siempre se usó para referirse a cualquier ciudad y su espacio urbano, mientras no fuera una acrópolis alta y fortificada (para eso existían otros términos más específicos). “Urbe” en Diccionario etimológico de Chile. Recuperado el 10 mayo 2017 en: http://etimologias.dechile.net/?urbe

El autor nos dice que la ciudad no es otra cosa que producción y reproducción de seres humanos. Lefebvre, Henri. El derecho a la ciudad. Península, Barcelona, 1978, p.64

Ibídem, p.67-68

Diccionario de la Real Academia Española. Recuperado el 10 mayo 2017 en: http://dle.rae.es/?id=VV8nBVl. Otra definición: La palabra recorrer viene del latín recurrere y significa “correr por todo el espacio”. Sus componentes léxicos son: el prefijo re- (hacia atrás, reiteración) y currere (correr). “Recorrer” en Diccionario etimológico de Chile. Recuperado el 10 mayo 2017 en: http://etimologias.dechile.net/?recorrer

Gehl, Jan. Op.cit., p.37

Ibídem, p.22

Johnson, Steven. Op.cit., p.85

Gehl, Jan. Op.cit., p.25

Ibídem, pp.25-27

Kosik, Karel, Reflexiones antediluvianas, Trad. Fernando de Valenzuela Ítaca, México, 2012, p.60-61

Tanto el poema como el Diseño Arquitectónico se nutren del lenguaje vivo de una comunidad, de sus mitos, sus sueños y sus pasiones, es decir, de sus tendencias más secretas y poderosas. De esta manera, también en la disciplina de la arquitectura, se pueden encarnar dos papeles: el del propagandista y el del poeta. El primero, ignorando el lenguaje vivo de la comunidad, disemina en ella las concepciones de los que están en el poder  transmitiendo sus directivas, actuando de arriba para abajo. El segundo parte del lenguaje de su comunidad al del poema, operando de abajo para arriba. Paz, Octavio. El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica, México, 1972, p.41

La “mixofobia” de la que habla el autor de Tiempos líquidos, es una reacción ante la escalofriante y perturbadora variedad de tipos humanos y costumbres que coexisten en las calles de las ciudades. Ésta se manifiesta en la búsqueda impulsiva de “islas de similitud” en medio del mar de la diversidad y la diferencia. Esto promete cierto consuelo espiritual, al tornar más tolerable la vida en común, eliminando el esfuerzo implicado en intentar entender y negociar con la diferencia. Bauman, Zigmunt. Op.cit., pp.123-125

El autor asimismo menciona que la vida en la ciudad atrae y repele a la vez. “El mismo brillo y centelleo caleidoscópico de la escena urbana, en la que nunca faltan novedades y sorpresas, constituye el embrujo irresistible de las ciudades y su poder de seducción”. Así, la ciudad también favorece la mixofilia de la misma manera que provoca y alimenta la mixofobia. Ambas son tendencias que se propagan y renuevan por sí solas en el curso de la reorganización de la ciudad y del espacio ciudadano. “La mixofobia y la mixofilia coexisten en todas las ciudades, pero también se hallan en el interior de cada uno de sus habitantes”. Ibídem., pp.126-130

Ibídem, p.121

Ibídem, p.123

Johnson, Steven. Op.cit., p.38

El hombre es carencia de ser, pero también conquista del ser –su circunstancia es: poder ser. Es decir, nuestra condición original no es carencia ni tampoco abundancia, sino posibilidad. En ello se funda y radica la libertad del hombre. Y en este sentido, el Diseño Arquitectónico ha de encarnar dicha posibilidad, que es un brindar. Pues dada la importancia de la condición del ser humano, donde ser mortales no es sino una de las caras de su condición; no se debe olvidar la otra que es: ser vivientes. Paz, Octavio. Op.cit., pp. 154-155,168

“(…) la oportunidad de ver y oír a otras personas también puede proporcionar ideas e inspiración para actuar.” Gehl, Jan. Op.cit., p.29

Ibídem, p.20

Ibídem,p.21

Por obra del ritmo, repetición creadora, la imagen se abre a la participación; siendo esta última recreación del instante original. Paz, Octavio. Op.cit., p.117

Ibídem, p.64

Ibídem, p.39

“Instante en el que somos lo que fuimos y seremos (...) En ese instante somos vida y muerte, esto y aquello.” “La poesía nos abre la posibilidad de ser que entraña todo nacer; recrea al hombre y lo hace asumir su condición verdadera, que no es la disyuntiva: vida o muerte, sino una totalidad: vida y muerte en un solo instante de incandescencia.” Ibídem, pp.155-156

Ibídem, p.187

Ibídem, p.169

Montes, Graciela, Op.cit., pp.106-107

El autor de El arco y la lira nos dice que un poema que no luchase contra la naturaleza de las palabras, obligándolas a ir más allá de sus significados ordinarios, y que no intentase decir lo indecible, se quedaría en simple manipulación verbal. Paz, Octavio. Op.cit., p.185

“La experiencia de lo Otro culmina en la experiencia de la Unidad. Los dos movimientos contrarios se implican. En el echarse hacia atrás ya late el salto hacia adelante. El precipitarse en el Otro se presenta como un regreso a algo de que fuimos arrancados. Cesa la dualidad, estamos en la otra orilla. Hemos dado el salto mortal. Nos hemos reconciliado con nosotros mismos.” Ibídem, p.133

Ibídem, pp.154-155